Vamos viendo: comunicar la incertidumbre

Análisis
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La nueva fase de la cuarentena volvió a poner en la mesa el debate sobre la comunicación del Gobierno.

PUBLICADO EN LA NACIÓN - Una supuesta contradicción entre el anuncio presidencial de salidas recreativas y la decisión de los gobernadores de las provincias más grandes de no autorizarlas, precipitaron una lluvia de críticas.

Desde que el 3 de marzo se reportó el primer caso de coronavirus en nuestro país, surgieron impugnaciones de todo tipo sobre cómo la Presidencia gestionó la información durante la pandemia. Aunque algunas puedan ser atendibles, la mayoría fue acomodándose cada vez que aparecía una nueva evidencia.

No mucho tiempo atrás, los detractores del discurso oficial señalaban una hipotética minimización del peligro por parte de las autoridades. A medida que el Presidente endurecía las regulaciones preventivas, se pasó de denunciar la subestimación del problema a protestar contra su sobreactuación.

En estos días la mirada se posó en si el Presidente es más o menos firme en su postura contra las excarcelaciones, como hace unos días lo había hecho sobre si su gobierno era más o menos flexible que el de los gobernadores respecto a las medidas de aislamiento.

Los mismos que primero exigieron soluciones borisjohnseanas de cero intervencionismo estatal para no afectar la economía y que luego demandaron aportes públicos para asistir al sector privado pero sin defaultear ni emitir ni cobrar más impuestos, ahora protestan en reclamo de una “salida organizada” y por mayor previsibilidad economica, como si fuera posible ordenar, clasificar y hacer pública la información que todavía no existe.

Administrar la incertidumbre no es sinónimo de improvisación. Ser pacientes con nuestras certezas es otro aprendizaje que debemos incorporar. “Vamos viendo” es el enunciado más serio, responsable y pertinente para responder a la mayoría de las dudas que se van acumulando. Como lo haría un médico frente a un diagnóstico grave y un pronóstico reservado.

A las genuinas preocupaciones sobre los métodos de prevención y el alcance del aislamiento, se suman a diario las dudas sobre las PYMEs, las clases, los jubilados, los inquilinos, los monotributistas, los argentinos en el exterior, los cuentapropistas, las víctimas de violencia intradomiciliaria, los discapacitados, los padres separados, los presos, los paseadores de perros y, por qué no, también la gente que quiere salir a correr.

“Todo es importante cuando puede pasar cualquier cosa” escribe el novelista Ian McEwan en Sábado. La única manera de gestionar la demanda creciente e ilimitada de información es dosificar lo poco que se sabe con honestidad, claridad y meticulosidad. Y corregir rápido cuando haya algo que corregir.

Es una verdad de perogrullo plantear que los equipos de comunicación no estaban preparados para lo que ocurrió. Nadie lo está. Pero todos los que alguna vez transitaron la función pública saben muy bien que desde el barro, la batalla no se ve igual que desde lo alto de la colina. Es útil y necesario que los que luchan cuerpo a cuerpo tengan la sensatez de escuchar a los que evalúan a la distancia. Pero para que eso ocurra, es necesario también que las opiniones se presenten con humildad y conciencia plena de las dificultades.

Otros contratiempos irán apareciendo. Es inevitable en tiempos como estos. El desafío no es anticiparse a lo desconocido sino tener templanza, capacidad de reacción y sentido de la responsabilidad cuando los hechos se van dando a conocer.

Por supuesto que la urgencia provoca inconsistencias y contramarchas pero Alberto Fernández justifica sus decisiones en la palabra de los médicos y científicos que lo asesoran, no en dogmatismos. Es pedagógico, interpela el sentido común y, a pesar de no ocultar su posición ideológica, su discurso busca el consenso entre quienes no comulgan con él. A los cacerolazos no se les viene discutiendo con agravios sino, en todo caso, con argumentaciones. La intención es estratégica, porque esta coyuntura requiere de consensos extraordinarios que no estén filtrados por preferencias partidarias.

El alineamiento transversal de todas las expresiones ideológicas con responsabilidad de gestión fue posible, en gran parte, porque el Presidente priorizó mensajes con funciones pedagógico-preventiva e informativa-inventariales por sobre los de sentido épico-emotivo, una tentación típica en comunicación política.

Aunque con excepciones, en términos generales no se aventuraron pronósticos optimistas ni se fue exitista con los resultados. Hay conciencia sobre que lo peor todavía no se superó.

No se abusó de efectismos sentimentales ni recursos publicitarios. Se empleó lenguaje claro sin excesos de metáforas ni polisemias. A las celebraciones anticipadas se las contuvo con un tono didáctico y llano. Esto fue clave para que la sociedad no minimizara el problema y que la inflación de expectativas no se convirtiera en un arma de doble filo que llevara a que la gente se cuidara menos.

El Presidente ocupó el centro de la escena para jerarquizar al máximo el compromiso político con las decisiones tomadas y dejó para sus funcionarios las explicaciones más técnicas. Quedar expuesto es una consecuencia obvia de tal actitud. Pero también consciente. Sirve para reforzar la legitimidad de lo que se va resolviendo. 

¿Qué dirían quienes advierten contra su sobreexposición si fuera el ministro de Salud el vocero de decisiones tan relevantes? ¿Qué reparos harían quienes ven la sombra de Cristina en todos lados si las apariciones del Presidente fueran más esporádicas?

La Organización Mundial de la Salud define que el objetivo de la comunicación de riesgo es compartir información para salvar vidas, proteger la salud, minimizar daños y modificar comportamientos sociales. El politólogo Mario Riorda destaca al miedo como elemento clave en este proceso. No a un pánico paralizante sino a un miedo racional que lleve a cambiar conductas positivamente. Pivotear entre la alarma por lo imprevisible y una dosis responsable de esperanza que ofrezca un horizonte de salida es una actitud necesaria y hasta indispensable.

Así que la mejor manera de medir la eficacia de la comunicación en este contexto es evaluar si la población se cuida y cumple con las indicaciones. A juzgar por el achatamiento de la curva de contagios y de la cantidad de muertes, el compromiso social es alto.

Esta afirmación la corrobora un informe del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford en base a datos recopilados en seis países (Argentina, Alemania, Corea del Sur, España, Estados Unidos y el Reino Unido). El 75% de los argentinos considera que las autoridades cumplen una función didáctica frente a la pandemia, muy por encima de lo que respondieron en el resto de las naciones.

De acuerdo al estudio, hay una alta valoración sobre cómo tanto el Gobierno como los medios de comunicación contribuyeron a entender y enfrentar la pandemia. Al evaluar cuánto sabemos sobre el coronaviros en base a una serie de preguntas generales sobre datos duros, los resultados también fueron positivos.

Estos datos son mucho más relevantes para evaluar la comunicación del Gobierno que la altísima imagen positiva del Presidente y de su gestión contra la pandemia reflejada en todas las encuestas.

En estos años nos acostumbramos a escuchar que los instrumentos tecnológicos de circulación de la información eran inherentes y debían ser indisociables de las decisiones políticas.

2020 nos hace olvidar que en 2019 pasaron muchas cosas. Una de ellas es que en Argentina ganó las elecciones una forma de hacer política que reivindica a la política como forma de hacer política. Eso no niega el fin último de la comunicación pública sino, en todo caso, al marketing destinado a camuflar ideologías.

Si este es un Gobierno que genera consenso y legitimidad se va a percibir menos en las gacetillas de prensa o los tweets de sus funcionarios que en su capacidad de escuchar e interpretar la realidad, al pueblo y a los factores de poder. Lo iremos viendo.

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