La operación de Inteligencia más audaz de la historia: los rusos eligen a Trump

Sociedad
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La hipótesis tiene grandes dosis de verosimilitud y genera escalofríos en Washington.

La Guerra Fría la ganó por suicidio el bloque Occidental liderado por Estados Unidos luego de que en 1989 la caída del Muro de Berlín inició el derrumbe, como un castillo de naipes, del bloque comunista con la Unión Soviética a la cabeza. El comunismo, un modelo que implosionó sin necesidad de una guerra caliente.

Pero a pesar de esa derrota, hay algo que tirios y troyanos reconocen y es que en el duelo de espías que se desarrolló durante la Guerra Fría entre la CIA estadounidense y el KGB soviético, los herederos de la madre Rusia demostraron ser más agresivos, profundos e imaginativos que la comunidad de Inteligencia Occidental en la que la Agencia Central de Inteligencia aparecía como el ente más poderoso y mítico.

Nunca la CIA logró los niveles de sofisticación de los planes a través de los cuales el KGB reclutó adversarios (ya fuese por dinero o convencimiento ideológico) o ubicó "topos" propios en altos cargos de los servicios de seguridad estadunidenses.

Incluso cuando el bloque comunista ya se caía a pedazos,el KGB le asestó a Estados Unidos un vergonzoso doble golpe al haber captado como colaboradores a Aldrich Ames y Robert Hanssen, los espías que tenían a su cargo en análisis de lo que ocurría en la Unión Soviética, el primero trabajando para la CIA y el segundo para el FBI.

 

Operación confianza

Se le atribuye a Félix Dzerzhinski (1877-1926), primer jefe de la Cheka, la antecesora del KGB, ser el creador de la figura del doble agente. O sea: se hace creer que "A" espía a "B", aunque en realidad es una pantalla: "A" hace que espía a "B" pero en realidad es su aliado y le pasa a los enemigos de "B" información falsa.

De allí se desprendió el triple agente y todos los juegos de espejos enfrentados que se imagine y que terminaron sumiendo a muchos espías en un estado de confusión en el que ya no sabían en realidad para quién trabajaban. La bala que los liquidase, era válida viniese de dónde viniese.

En su novela histórica sobre la historia de la CIA llamada "El fantasma de Harlot", el periodista Norman Mailer cuenta la que sería la primera gran operación de contrainteligencia con el uso del doble agente.

Cuando ganó la revolución bolchevique, el Estado ruso estaba en manos de los llamados Blancos, que estaban reagrupando fuerzas en la clandestinidad y el exilio para volver contra los rojos.

Dzerzhinski necesitaba ganar tiempo para que los rojos se apoderaran del Estado y desarticular la disidencia. Llamó entonces al líder de los blancos y lo engatusó diciéndole que estaba desconforme con Lenin y los suyos, pero que no era el momento de dar un golpe. Que había que reagrupar fuerzas y que para el líder blanco convenciese a los suyos, le iba a ir aportando información reservada.

En realidad la información que el mano derecha de Lenin le dio a los opositores carecía de importancia, pero le permitió a los bolcheviques ganar tiempo, hacerse fuertes en el Estado y saber quiénes eran los que pensaban dar el golpe. Descartaron y liquidaron a la oposición blanca.

Esta operación que se llamó Confianza es dictada en los cursos de espionaje, entre ellos los de la CIA, donde aún hoy sobrevuela cierta envidia por las capacidades que los rusos demostraron a la hora de jugar al ajedrez del espionaje.

 

Escalofríos

Pero la comunidad de inteligencia estadounidense en particular y la Occidental en general, tiene hoy un entripado vinculado a los servicios rusos (que pasaron de llamarse KGB a FSB), que se niegan a aceptar de entrada porque de solo pensarlo les causa escalofríos y temor.

La sospecha está instalada y no de manera caprichosa: ¿han logrado los rusos superarse y haber coronado la más grande y trascendente infiltración de un agente en la historia de la humanidad colocándolo nada menos que como presidente de la mayor potencia del planeta?

Antes de las elecciones en las que Donald Trump le ganó a Hillary Clinton, un ex jefe de la CIA, Michael J. Morell, dijo en el diario New York Times que el magnate erigido en presidente es un "agente de la Federación rusa, pero aún no se ha dado cuenta".

"En un mundo en el que la información confidencial es muy poderosa, podríamos decir que Putin -presidente ruso- ha reclutado a Trump como agente sin que él mismo se haya percatado", escribió el Morel, que trabajó durante 33 años para la CIA y llegó a dirigirla entre 2011 y 2013.

Putin, que fue integrante del KGB, es señalado como el inspirador de toda la trama que tiene en jaque a Trump, entre lo que se cuenta el haberle proporcionado al candidato republicano información perjudicial sobre Clinton.

Un informe de inteligencia elaborado por la CIA, el FBI y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional, la más poderosa organización de espionaje del mundo) señala: "Vladímir Putin ordenó una campaña en 2016 contra las elecciones presidenciales de Estados Unidos. El objetivo de Rusia era socavar la fe pública en el proceso democrático, denigrar a la secretaria Clinton y dañar su elegibilidad y potencial presidencia".

Para llevar adelante esta estrategia, el Kremlin orquestó "una operación encubierta con apoyo de agencias gubernamentales rusas, medios públicos, intermediarios de terceros partidos y hasta trolls digitales".

Esta semana el New York Times informó que, según informes de la CIA, "altos cargos políticos y del servicio de Inteligencia del Kremlin estuvieron debatiendo cómo ejercer influencia sobre Trump a través de sus asesores antes de celebrarse las elecciones presidenciales de noviembre".

Para aumentar las suspicacias, Christopher Steele, un ex agente del MI6, el servicio secreto exterior del Reino Unido, fue contratado por un privado para un trabajo de espionaje industrial en el que Trump estaba vinculado con los rusos.

Para cuando terminó su trabajo, Steele había reunido información que le resultó "escalofriante" sobre la relación de Trump con los rusos, y por eso continuó espiando bajo su responsabilidad.

Uno de sus informes, filtrados entre otros a la revista Mother Jones, sostiene que en una reunión en un hotel de lujo en Moscú, donde Trump fue a participar en una elección de Miss Universo, se empezó a cerrar una operación rusa de "captación" del magnate. Fue allí que los rusos se habrían hecho de imágenes de orgías en las que Trump era el anfitrión, y que estarían siendo usadas como parte de las armas con que cuenta el FSB para presionar al presidente estadounidense.

Y por si todo esto no alcanzase para que haya mucho insomnio en Washington, se supo en los últimos días que Trump le confió a los rusos un dato reservado que el servicio de Inteligencia israelí, el Mossad, había entregado a la CIA. El informante es alguien infiltrado nada menos que en el grupo terrorista Estado Islámico, donde a los servicios secretos occidentales les es muy difícil ingresar con informantes. Y Trump lo puso en riesgo con su infidencia a los rusos.

Tras la caída del bloque soviético, una estatua de Dzerzhinski que estaba en el centro de Moscú fue removida. Pero en 2015, en un referéndum sobre varios temas, se le preguntó a los moscovitas si eran partidarios de regresara la plaza de la Lubianka el monumento al fundador de lo que sería el KGB. Los rusos dijeron que sí.

Aquel personaje definido como un sanguinario es considerado el cerebro de una de las operaciones de inteligencia más importantes de la historia, que ayudó a consolidar la revolución bolchevique. Pero ahora, si son ciertas las sospechas de quienes han indagado el escándalo de Trump con los rusos, Putin destronó al viejo maestro del engaño, y logró "captar", gracias a triquiñuelas, al presidente de la nación más poderosa en la historia de la humanidad. Y para hacer aún más completa la treta, todo ello sin que la víctima del ardid sea consciente de ello.

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