“Yo no sé cómo acabará esto —nuestro exilio, si es que puede acabar—, pero la destrucción cotidiana nos está dejando irreconocibles”, Rosa Chacel.
Los venezolanos vivimos huyendo. Y no solo de una dictadura, del populismo, del hambre y de Maduro, sino también de lo que nos hizo llegar a ese punto máximo de quiebre: la política venezolana entera. Esa política que mucho dice, nada hace y todo pacta.
Huimos de esa política tradicional, vieja y eternamente opositora (del pueblo más que del gobierno). Ellos también son culpables de nuestro exilio. Ellos también son responsables que, en cada país donde pongamos un pie, seamos considerados como parias o, directamente, delincuentes.
Hoy, retomando trámites migratorios vuelvo a reflexionar sobre nosotros, los desterrados. Estoy sentada leyendo cada requisito que me imponen por ser venezolana y, de golpe, veo que son totalmente distintos a los del resto del mundo. Entonces, me pregunto: ¿para qué nos sirvió el reconocimiento internacional de un gobierno interino si no nos permite -ni adentro ni afuera de Venezuela- cumplir un simple proceso administrativo? ¡Para qué!
“No podemos seguir jugando ser un gobierno de internet”, dijo Capriles hace unos días. Tiene razón. Hacia años que no estaba de acuerdo con él. Gente que se indigna por Twitter, se pelea por Instagram, se babea repartiéndose embajadas en otros países, pero no tiene autoridad ni legitimidad para firmar una simple partida de nacimiento. Tan patético como doloroso. Créanme.
Y sí, cuesta admitirlo, pero he llegado a la triste conclusión que también huimos de la oposición venezolana. Sí, así es: escapamos de su mediocridad, de sus acuerdos turbios y de su escasa humildad para reconocer los errores que nos trajeron hasta acá, hasta la desesperanza, el peor sentimiento de todos.
Sí, compatriotas, no tengamos miedo en decirlo: también huimos de esos dirigentes que no supieron devolvernos lo más preciado que tenemos, nuestra querida patria.