El pasado domingo El Salvador eligió una nueva Asamblea Nacional, así como diputados al Parlacen y los concejos municipales. Como era de esperarse, y como lo señalaban las encuestas, el presidente Nayib Bukele y su partido Nuevas Ideas obtuvieron rotundo triunfo.
Nunca un partido político, después de la firma de los acuerdos de Paz, había logrado obtener la mayoría y menos aún la mayoría calificada de las dos terceras partes, con lo cual el presidente Bukele se hace de un inmenso poder.
El Salvador si bien firmó unos acuerdos de Paz en 1983, el país no se pacificó; las maras -organizaciones criminales originarias de Los Ángeles, California, EE.UU.- comenzaron a invadir los territorios de los países centroamericanos, siendo El Salvador el principal foco de violencia de estos grupos, transformándolo en unos de los países más violentos del mundo.
Adicionalmente, El Salvador es un país con desigualdades -como muchos de la región-, con niveles de pobreza que, según el Banco Mundial, para 2017 tenía tazas del 29% y de pobreza extrema del 8,5%.
Sumado a ello, el país se fue hundiendo en la corrupción, al extremo de que, tres de los últimos cuatro ex presidentes fueron enjuiciados y sentenciados; dos de ellos fueron a la cárcel y uno está en el exilio.
En este escenario, en 2012 aparece la figura del joven Bukele, electo alcalde de la ciudad de Nuevo Cuscatlán, en 2015 fue electo alcalde de la ciudad capital, San Salvador; en ambas ocasiones postulado por el FMNL. Sin embargo, para la elección de 2019 se postula por otro partido y con una campaña disruptiva, con énfasis en las redes sociales, se presenta como un anti sistema y con la frase “que devuelva lo robado” logra ser elegido presidente en primera vuelta, con el 53% de los votos.
En ese momento se le consideró un fenómeno político, por su juventud, por haber logrado ganar en primera vuelta con un partido prestado. Cabe recordar que, a pesar de obtener un contundente triunfo, en el fondo solo obtuvo el 27% del total de electores habilitados; es decir, 7 de cada 10 salvadoreños no le votaron. Y esta es una tendencia que se viene presentando en la región, donde las autoridades son electas por minorías.
A lo largo de los 20 meses de su mandato el presidente Bukele ha desarrollado una estrategia de confrontación con los poderes, como la Asamblea Nacional, la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General, la Contraloría de Cuentas, el Procurador de los DDHH; así como con algunos medios de comunicación. Al no tener mayoría en la Asamblea ni control de algunos escenarios, ésta estrategia de confrontación le ha funcionado, permitiéndole en su primer año, llegar a niveles de aprobación superiores al 60% y luego mantenerlos hasta esta elección.
Ahora, con esa estrategia y para esquivar los bloqueos de los partidos de oposición, ha gobernado por decreto; permitiéndole realizar hechos concretos a favor de la población, como ser de los primeros presidentes de la región en tomar medidas drásticas ante la pandemia, levantar en pocos meses un hospital en el centro de la capital, San Salvador, con más unidades de cuidados intensivos de las que existían en todo el país sumando las de la sanidad pública y privada.
También decretó una serie de medidas para auxiliar a la población desfavorecida por las inclemencias de la pandemia, otorgando apoyos y subsidios para aliviarles la vida en estos tiempos tan aciagos.
El combate a la violencia y la inseguridad ha sido otra de sus marcas, y sin dudas, a pesar de lo polémica que pudieran ser algunas medidas, logró bajar los índices de inseguridad a niveles sin precedentes en el país.
Al igual que en su campaña presidencial, ha continuado apoyándose en las redes sociales, desde donde ordena, despacha y se conecta con los ciudadanos; una rara mezcla de fenómeno político y social, aunque, en ocasiones se vieron ciertos rasgos de nepotismo y autoritarismo, y, a pesar de ello, ha logrado transmitir esperanza e ilusión a los salvadoreños, dos sentimientos quizás ausentes por demasiado tiempo en ese país.
Sin embargo el éxito en esta elección no solo es atribuible a la gestión del presidente Bukele. También cuenta que sus adversarios cometieron una serie de errores estratégicos, los que, a la vista de los ciudadanos, justificaban y hasta validaban las actuaciones polémicas y confrontativas del presidente Bukele.
Ahora, lo importante es ¿Qué hará el presidente Nayib Bukele con semejante poder? Al tener las dos terceras partes de la Asamblea Nacional podrá designar al Fiscal General, al Contralor de Cuentas, al Procurador de los DDHH, a un tercio de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia.
También tiene la oportunidad de hacer grandes reformas que le urgen al país. Por ejemplo, una reforma fiscal que, además de ampliar la base impositiva, sea más justa y equitativa, eliminando ciertos privilegios de algunos grupos. O una reforma pensional, para no solo darle sostenibilidad al sistema, sino, hacerlo más justo y solidario; y, la gran reforma constitucional que permita la construcción de un sueño de país que además de unificarlo lo lleve a ser un país del siglo XXI.
Todas estas oportunidades están en abierto, así como también la tentación de aprovechar ese inmenso poder para introducir reformas que le permitan fortalecerse aún más como líder absoluto, entre otras por ejemplo, la reelección que hasta ahora no está prevista en El Salvador.
En todo caso, es una brillante oportunidad para que el presidente Bukele ponga de manifiesto su talante democrático, alejando así la incertidumbre que sobre él pesa.
También es una increíble ocasión para pasar de transmitir ilusión y esperanza, para sembrarlas con raíces fuertes en el corazón de cada salvadoreño.
¿Qué camino tomará el presidente Bukele? El tiempo y la historia nos lo dirán.