Primacía de gobiernos populistas

Opinión
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Es un fenómeno complejo y ambiguo, que se inscribe dentro de la temporalidad política y económica.

La renovación de prácticas populistas antiguas (tanto por la izquierda como por la derecha) o el nacimiento de un estilo político inédito, provocan sin duda alguna, que los países corran altos riesgos y que los populistas obtengan beneficios rápidamente. Es un fenómeno complejo y ambiguo, que se inscribe dentro de la temporalidad política y económica Latinoamericana en vigor.

El neopopulismo puede ser democrático e incluso ultrademocrático, al menos en apariencia, pero sigue siendo fundamentalmente antipolítico, ya que incluye en sí la centralización del gobierno, personalización política y la desinstitucionalización del estado. Cuando se le compara con otros sistemas que históricamente han sido empleados y puesto en práctica, pone en tela de juicio las instituciones representativas, los cuerpos intermediarios, en fin el organigrama estatal y la vulneración de la temporalidad propia de la política.

Esta necesidad de cambios rápidos y de realización inmediata que practica el populismo, da lugar a que se materialicen alianzas improbables y amalgamas inesperadas. Además, nos remite a la facilidad conque se utiliza la simulación y el oportunismo electoralista ya que el método de la inmediatez en realizar ciertos tipos de políticas.

Les coloca en la improvisación y por ende en la falta de planificación, sin tener en cuenta los patrones de corto mediano y largo plazo en la realización de proyectos, trayendo esto como consecuencia un desmesurado aumento del asistencialismo, cosa esta que en el devenir de los tiempos no ha contribuido a los avances y mucho menos a sacar de la pobreza a aquellos sumergidos en la misma, como bien sostiene el presidente francés Macron.

Los movimientos populistas comúnmente comparten dos características: primero proveen una inclusión desigual, pues movilizan a grupos previamente excluidos al tiempo que crean obstáculos, incluso dificultades para sus opositores, y segundo suelen por igual cuestionar públicamente, e incluso dejan sin efecto a instituciones, limitando las facultades que las revisten.

Es probable que estos movimientos no terminen destruyendo la Democracia, pero sí desgastan a las instituciones democráticas (des- institucionalizan), y marcan fuertemente la espiral que determina la baja calidad de esta.

Considerándose los populistas como externos a la clase política tradicional, el líder populista (outsider) se sitúa fuera del sistema partidista, y denuncia la ineficacia de estos. Denuncia la codicia y los abusos de poder desatando y contribuyendo a la satanización de los partidos y de la élite establecida, enarbolando entre otras cosas, un discurso anticorrupción y creando su propio movimiento que le permita presentarse a las elecciones. Estas acciones se convierten en verdaderos asaltos a los márgenes de la legalidad y la legitimidad, lacerando las instancias de la representación (paso forzado de leyes, proliferación de decretos, reformas constitucionales etc.).

Uno de los problemas que se pone en relieve con estos populistas, no es que estén resaltando problemas irrelevantes en sus improvisadas propuestas, sino que hacen oídos sordos a otros temas, si son considerados por ellos de poca posibilidad para obtener el apoyo inmediato de la población. Por tanto, nunca tomaran decisiones (aun siendo necesarias) que contemplen el escrutinio y supervisión de otros órganos, pues es bien sabido, que una sociedad cada vez más diversa e informada continuara a exigir más inclusión y participación, pero el populismo en esto tiene muy poco que ofrecer y jamás se expondrá a juicios sociales; nos dice Eric Dubesset que:

“La principal ambigüedad de este estilo de gobierno está en otra parte y obedece a la dualidad que lo caracteriza. Aunque pretende ajustarse al proceso democrático del cual acepta a la vez la legitimidad y la idea según la cual el pueblo constituye la fuente primaria de toda autoridad, preconiza (¡oficialmente!) la participación popular directa para ir más allá de la simple dimensión representativa. Pero esta reivindicación democrática de ampliación de la ciudadanía y de participación política para incorporar a los excluidos del sistema, se hace, en muchos casos, sin tener en cuenta las instancias de mediación y de representación”.

En la prioridad de la agenda de un líder populista existe el riesgo de que asuma el control de todos los poderes del gobierno. El decreto personal y las fuertes dosis de retórica del enojo utilizada por los populistas han caracterizado el estilo de política de diversos países en América Latina previo a la década de los ochenta y se han logrado insertar en la era moderna. Y muchos de ellos han tenido una experiencia previa en la política.

¿Como manejan los populistas ese anclaje político? Es fácil entender el atractivo de las anclas políticas, si es que las han tenido en pasado, estas representan para ellos zonas de seguridad y por lo tanto recurren a estos anclajes cuando la situación se hace más compleja, es decir, cuando el sistema opone resistencia ellos se desvinculan momentáneamente de sus soportes populistas, hasta recuperar por medio de esos anclajes la estabilidad en el mando. Esos momentos de “debilidad” deben ser aprovechados por los demás poderes del estado utilizando todos los medios para reconducirlos a la institucionalidad; nos sugiere (ROBERTS K.)

“Los factores que pueden ayudar en este proceso son—las leyes electorales, los controles y contrapesos, referéndum y los incentivos externos. Las leyes electorales, particularmente las elecciones de segunda vuelta conducen al abandono de los anclajes políticos. Obligan a los populistas potenciales a hacer concesiones con otros grupos políticos, lo cual incorpora pluralismo a sus coaliciones y modera los cultos a la personalidad. No es coincidencia que, en América Latina, con su historia de populismo, haya pocos casos de gobiernos populistas que hayan emergido, o sobrevivido en el poder, a raíz de segundas vueltas”.

Las instituciones que hacen contrapeso en el gobierno no han logrado avanzar en el fortalecimiento del poder legislativo y el poder judicial en Latino América. La prensa, los movimientos sociales, las instituciones de vigilancia y rendición de cuentas se han atrofiado como resultado de la explosión de la delincuencia y de políticos que velan solo por su propio beneficio, incluso presidentes, quienes han politizado las instituciones para protegerse.

Por desgracia, el abandono de anclas políticas requiere algo más que promesas personales. Pues el descredito de la clase política, los problemas y el manejo en la gobernanza contribuyen a aumentar el cansancio, la desconfianza y el hastió hasta llegar a la rabia de los ciudadanos. Esto da lugar a que los mismos abracen y se cohesionen con cualquier candidato antipolítico o a uno con procedencia política, pero con una amplia marca populista, creándose así alrededor de este un carisma y un liderazgo fruto del sentimiento pesimista popular.

Este a su vez, adopta un discurso adhoc al sentir ciudadano basado regularmente en concepciones nacionalista, intervencionista, cortotermista y de rápido desarrollo, utilizando las nuevas tecnologías de comunicación como canal directo entre sí y el pueblo, y como influenciadores de los medios clásicos.

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