El contexto electoral para la República Dominicana tuvo de protagonistas: al árbitro del proceso, a una pandemia que causa estragos en el mundo y a una ola que cambió el mapa político del país.
Cuando los actores principales deben ser los partidos políticos y sus candidatos, esta elección se cruzó con elementos que marcaron para siempre la historia del país quisqueyano: suspensión de una elección por ausencia de contingencia o mala gerencia, y la primera elección en América Latina en medio de una nueva realidad llamada covidianidad.
Los protagonistas inesperados
La Junta Central Electoral fue el árbitro que durante su gestión tuvo confrontaciones constantes que pusieron en tela de juicio su autoridad, las ausencias del consenso en la toma de decisiones, medidas que fueron retractadas o revertidas por otras instituciones, el fracaso del voto automatizado y suspensión de elección por mala gerencia para prever contingencia, incremento exponencial del costo electoral, actas que no cuadran entre el voto partido y voto preferencial y centenares de denuncias ante el Tribunal Superior Electoral, que como contraparte ha contado con el respaldo y confianza de los partidos.
La pandemia toma protagonismo al iniciar su virulenta acción de contagio, durante el mes de marzo. Una vez realizada las elecciones del domingo 15, el gobierno decreta el confinamiento parcial por tiempo, con restricciones de operatividad económica que condujo a un aplazamiento de las elecciones.
Una campaña electoral que se disputó entre Estados de Emergencias hasta ir flexibilizando a una covidianidad, con actividades rutinarias de campañas, pero con mascarillas, cuyas consecuencias en salubridad implicó un aumento de casos y fallecimientos, y un nuevo mapa político que cambió la fisionomía del poder.
La victoria del PRM y de Luis Abinader
Una vez culminadas las elecciones del 2016 iniciaron la campaña para el 2020, con un relanzamiento que refrescó a las autoridades del partido, una nueva imagen con un branding de identidad para nuevos militantes y unas primarias cerradas que incentivó la inscripción de nuevos militantes.
Mientras Luis reafirmó su confianza a su asesor de cabecera, Mauricio de Vengochea, se iniciaron transformaciones de su figura, en la imagen, una mejor oratoria y la consolidación de equipos de estrategias y ejecución que engranaron como buena maquina industrial para producir los insumos para una comunicación efectiva.
Con premisas claras en la carrera por el poder, el PRM y Abinader nunca interrumpieron a su enemigo cuando veían sus errores, se dedicaron a puntualizar acciones, pero nunca en entrar en el conflicto de reelección que se daba entre Danilo Medina actual presidente y el expresidente Fernández, ambos líderes del PLD. Los perremeistas solo accionaron en contadas oportunidades para demostrar su fuerza y decir no a la reelección, del resto, solo fueron observadores que con palomitas en manos disfrutaron ver caer al partido político considerado de los más sólido de América Latina.
Fueron precisos en su relación con las nuevas autoridades electorales, siempre estuvieron presente y marcaron a presión en todos los sentidos a la institución. Con el fin de minimizar cualquier irregularidad que pudiera jugar en contra del proyecto de poder.
Entendieron la necesidad de unificar a la oposición, cediendo espacios claves en la conformación de una alianza nacional que garantizará la mayoría en el Senado. Hoy el PRM cuenta con 18 senadores, la mayoría son figuras nuevas que apostaron al partido y algunas fueron cedidas a la sociedad civil, y otras 7 provienen de alianzas puntuales que realizaron.
Entendieron las motivaciones del elector, apropiarse de la palabra que se repetía en cada rincón del país como fue el cambio. Con una estrategia clara conformaron comunidades digitales para validar el mensaje del partido, y lograr mimetizarse con la expresión genuina de la sociedad.
Incrementaron la percepción de hartazgo de 16 años en el poder del PLD, comprendieron que el electorado no busca a alguien que confronte, sino alguien que sea diferente. Dejaron correr un clamor popular, ese adagio que todo lo puede y que termino siendo un mantra, una sentencia popular al partido morado: “se van”.
¿Qué le paso al PLD?
Una victoria electoral está asociada no a la mejor estrategia para ganar, sino también lo que tu adversario deja de hacer, porque gana una elección, el que menos se equivoque.
El PLD inició mal su camino al 2020 cuando fracasa el denominado “ni Danilo, ni Leonel”, siendo el punto de no retorno de confrontaciones entre los líderes más notables del partido. Conflicto que arropaba a cualquier aspirante que quisiera destacar para lograr la nominación presidencial, absorbiendo la agenda pública mientras que el electorado se ocupaba de su cotidianidad sin engancharse con el conflicto.
El leonelismo tenía claro su candidato, nadie podía aspirar por encima de Leonel. El Danilismo, se le daba apertura a los aspirantes que contaron con su bendición para hacer campaña por el país, pero no todo el danilismo quería un nuevo candidato sino una nueva reelección de su líder. Inestabilidad que acompaño al partido hasta el 23 de julio del 2019 cuando Danilo Medina anunciaría que no aspiraba una nueva reelección.
Parece que la suerte del danilismo estaría para Reinaldo Pared Pérez, Andrés Navarro o Francisco Domínguez Brito, entre otros, pero ocho días después, saldría el verdadero candidato de Danilo que genero rupturas irreparables en el seno de su grupo. Con toda la artillería y maquinaría del Estado, Gonzalo Castilo logra la nominación con la bendición del presidente ante un empate técnico en encuestas con Domínguez Brito. Francisco empataría al Estado con un trabajo desde la base, labor que le ganaría la confianza del partido, al comprobar que sus estructuras no estaban en funcionamiento y requerían de un organizador.
Posteriormente, Gonzalo vencería a Leonel en unas primarias por muy pocos votos, provocando denuncias de fraude, siendo el causal del divorcio entre el leonelismo y el peledeismo. Conflicto que se prolongan entre dimes y diretes entre los líderes dejando a un lado toda la historia del PLD de logros que podían gestionar.
El conflicto hizo desaparecer al partido político, sus candidatos sintieron escozor del morado, sin ser culpables por su actuación sino reprochables a la institución partidaria que no trabajo su branding. El PLD como partido nunca estuvo en campaña, no fue capaz de contar una historia atractiva que emocionará y que fuera capaz de antecederse al “se van”.
Todo suma y nada resta
La Fuerza del Pueblo fue la independencia caudillista de Danilo y de Leonel, cada uno con su partido se presentaron a las elecciones del 2020. El éxito de Leonel en estas elecciones que se dirimían entre pueblistas y leonelista en el PLD, complicó el panorama de candidaturas municipales y algunas legislativas. Sin embargo, el pacto con el PRM, le hizo acreedores de senadores y una cuota de poder que le permitirá planificar su aspiración al poder para el 2024.
El Partido Reformista por su parte parece haber gestionado un acuerdo que en nada le beneficio, al generar tantas divisiones internas y que finalmente dio como resultado la pérdida de la condición de partido mayoritario. El mismo error lo cometió el PRD de andar con un hacho sin chispa, con una historia que contar de renovación pero que el claustro de la cúpula del poder se niega a reconocer a una nueva generación, sacrificándolos a ir solos en búsqueda de votos sin alianza, sin branding y con un partido que se desmembraba por apoyar a sus excompañeros del PRM.
Un nuevo mapa de poder
Como toda campaña política cuando culmina una, se inicia otra, y la planificación quedó demostrado que genera frutos. Abinader y el PRM hoy es poder porque se planificó y ejecutó durante cuatro años para aplicar las herramientas para construcción de la alternativa al poder establecido.