El trabajo del asesor es diversificado, de ahí que responde a una serie de habilidades, herramientas, conocimientos y destrezas.
Las campañas electorales, así como las gestiones de los gobiernos están expuestas en el día a día a un sinnúmero de variables como la tecnología, las redes sociales, la realidad del discurso, las acciones imprevistas, las cuestiones reales, las fakenews, los éxitos, los fracasos, las crisis, etc., que son situaciones que merecen de una atención especial y de estrategia para ser afrontadas, de ahí que es importante tomar en cuenta que cada situación debe ser enfrentada con la particularidad que le reviste pues, como manifiesta José Luis Sanchís, “no hay una receta milagrosa que funcione en toda campaña” (Bilbao, 2012). Entonces, si no es posible tener una fórmula o receta única que repetida varias veces garantice conseguir el éxito político o que se pueda aplicar a toda situación que surja del quehacer político, lo óptimo sería tener un especialista o un equipo que, conociendo de política, de estrategia y varias materias afines a la práctica política, sean los encargados de generar el mapa estratégico sobre el cual se debe caminar para consolidar esas metas políticas.
En la nueva tendencia del orden político y electoral, es importante el papel que desempeña la persona o equipo de personas cuyas funciones específicamente están ligadas a la asesoría, consultoría, entrenamiento, coordinación y apoyo del político, de candidato o de cualquier persona que, por distintos factores, requiere vincularse a la órbita política.
Esta figura, identificada como asesor o consultor político, según la RAE se define como una “persona experta de una materia sobre la que asesora profesionalmente… aquel que debe aconsejar o ilustrar”, sobre esta línea Antonio Sola (2010) indica que el consultor político como profesional de la materia es quien formula las estrategias políticas y sociales, es decir, es quien coordina y supervisa que el plan de acción para la campaña o para la gestión de gobierno, se ponga en práctica para obtener el resultado planteado.
Para Sánchez Galicia (2010) “Los consultores políticos guían a los candidatos durante todo el proceso electoral, estudian al electorado, preparan y deciden que deben hacer los aspirantes a un cargo de elección popular para lograr que los electores reacciones como ellos desean que lo hagan.”
Es importante recalcar tres características fundamentales del asesor: profesionalización, conocimiento y experiencia. En este sentido, la tarea del consultor además de estratégica debe ser objetiva y siempre enfocada en la meta que se propone conseguir, pues su rol “responde a las necesidades de planificación, estrategia, investigación y aplicación de técnicas de comunicación en un proceso político.” (Santiago & Carpio, 2012).
No obstante, una realidad que sucede es que se ha distorsionado el papel del asesor como esa figura constructora de estrategia, lectora de riesgos, solucionadora de conflictos, etc., y ha pasado a tener, en muchos casos, un rol de acompañamiento o de asistente de la figura pública a la que se supone “debe asesorar”, lo que ha llevado a que su importancia sea relevada por personas que no cuentan con la preparación, herramientas ni destrezas adecuadas para encaminarse las metas políticas. De ahí que es común que muchos candidatos y políticos se rodeen de amigos, familiares, partidarios o militantes que no son asesores ni consultores; que tal vez tienen muy buenas intenciones pero reitero: no poseen los conocimientos, ni la experiencia, ni la pericia para manejar, idear o crear una estrategia política, y cito aquí a Álvaro Gordoa del Colegio de Consultores de Imagen Pública cuando a modo de ejemplo decía: la esposa del candidato muchas veces es quien le impone cómo va vestido y lo hace en base a su idea de lo que puede estar bien, que no necesariamente es lo correcto, pues incluso en la imagen pública que proyecta es necesario que intervenga un componente de estrategia y eso lo hacen los expertos.
El trabajo del asesor es diversificado, de ahí que responde a una serie de habilidades, herramientas, conocimientos, destrezas[1], etc., que son necesarias en su campo, en efecto Antonio Sola (2010) dice que son muchas las ramas que el estratega político debe controlar, manejar o por lo menos conocer y aunque siempre su papel fundamental será el estratégico, debe entender las demás ramas de forma tal que pueda conformar un verdadero equipo político con especialistas de esas ramas, porque es imposible que el asesor logre desarrollar las diversas actividades que necesita el político: estrategia, análisis político, operación política interna y externa, solución de conflictos y manejo de crisis, redes sociales, imagen, logística, comunicación, entre otras.
En la práctica, es muy común que su labor sea múltiple, aun cuando eso reduzca la efectividad de su trabajo principal, incluso en reiteradas ocasiones el trabajo del asesor político se ha visto reducido al mero papel del acompañante de su asesorado. Napolitan decía: “…la mayoría de campañas no saben cómo utilizar correctamente a sus asesores”, estoy seguro que esto no pasa solo en las campañas, sino también en la gestión del gobierno pues, por distintas razones, el asesor puede verse desdibujado: puede ser, por un lado, porque el cargo ha sido entregado a alguien que no es un asesor; o, por otro lado, porque al asesor profesional que se tiene, se le encargan labores que no le corresponden.
En definitiva, tener un asesor cualificado, “un pensador flexible que entienda la completa gama de alternativas y constantemente sopesa los positivos y negativos de cada una” (Salazar, 2013), alguien que le ayude a tomar decisiones y le marque la estrategia sobre la cual han de mover sus pasos en el tablero, es una ventaja competitiva y de gestión que tiene el político y el gobernante, y en ese sentido, debe emplearla inteligentemente.