El papel de la mentira en la comunicación política

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Es la confianza, por medio de la empatía, lo que el electorado anhela.

En la película V de Vendetta, la protagonista pronuncia esta frase, que en español sería así: “los artistas mienten para decir la verdad mientras que los políticos mienten para ocultarla”. Es una creencia compartida por el ciudadano común que ningún político es verdaderamente honesto. De alguna forma, todos son culpables hasta comprobar su inocencia.

Esto no es necesariamente falso, porque las premisas de un dirigente político no parten de la honestidad sino de su necesidad de alcanzar el poder. Incluso, dicen los expertos que un político jamás debería mentir, pero no porque esté mal en sí mismo, sino porque en el futuro lo podrían descubrir. El problema de la mentira es que podría obstaculizar ese camino al poder; no la ética personal.

Sin embargo, es importante dejar claro qué significa esto de mentir, y cuál es su significado en el contexto de la comunicación política. Pues según el diccionario, consiste en decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree, o piensa. Pero en la vida pública este concepto adquiere un mayor alcance. Porque mentir también incluye no decir la verdad, lo que nos complica aún más la definición, pero a la vez nos lleva al centro de la discusión: la verdad suele ser relativa.

Cada quien habla de lo que sabe y de lo que le conviene. Y todo político que ha planificado su carrera con cierto detenimiento, ha determinado por sí solo o con la ayuda de asesores el posicionamiento que lo distinguirá entre todo el ruido y la competencia. En este sentido, el líder político se apega a ciertos valores y actitudes que quizá no eran originalmente los suyos, pero que en la vida pública ahora serán los que definan su personalidad.

Palabras claves, frases impactantes y maneras de argumentar, empiezan como una mentira pero se aprenden hasta el punto de integrarse con el individuo. Ya sea para sustituir los modos previos, o para compartirlos y aplicarlos selectivamente de acuerdo al contexto y la audiencia.

La forma de caminar, el apretón de manos, la vestimenta cuidadosamente elegida y la gestualidad en cada momento de interacción: todas estas acciones pueden y deben estar pensadas para proyectar una imagen planificada previamente. Tal vez al comienzo de su uso no sean el reflejo exacto de la persona, pero es una mentira aspiracional que todos fomentamos día a día en nuestros hábitos.

Ahora bien, si entendemos que el electorado quiere un político honesto, ¿por qué éste se arriesgaría a “mentir” al cambiar tantos aspectos de sí mismo? ¿Acaso no es eso a lo que aspiran los ciudadanos? ¿A contar con alguien que diga la verdad?

Se me ocurren tres alternativas posibles para que esto sea así:

Primero, que el ciudadano común no entienda esta transformación como un intento de encubrir una oscura verdad sobre la esencia de una persona, lo que me parece sensato porque -a mi parecer- no suele ser la intención, sino más bien una forma de resaltar (o pulir) su mejor rostro.

Segundo, que el hombre o mujer de a pie probablemente nunca llegue a descubrir la verdad, porque en realidad es bastante complicado saber qué piensa o cómo pensaba una persona en el pasado. Si ésta no era una figura pública, es muy difícil que alguna vez se lleguen a saber a ciencia cierta las ideas y actitudes de quienquiera que sea.

Por último, y aunque sea un poco incómoda la idea, pues muchos se negarán a reconocerlo: a la mayoría de la gente no le importa la verdad. La verdad es un concepto de moda, es un término políticamente correcto que nos agrada a todos, pero que muchos no la usan, y a casi todos no les gusta escuchar.

Sucede con la verdad lo mismo que con la democracia. ¿Quién se atreve hoy en día a contradecir la democracia? Incluso a los socialistas más radicales les encanta la palabra aunque la apliquen de una manera completamente diferente, si es que no contradictoria. Todos vivimos mejor bajo las democracias modernas pero basta un obstáculo o una situación difícil para que las mayorías aplaudan medidas unilaterales, una mano fuerte que tome decisiones difíciles pasando por encima del parlamento o el consenso social.

Ignorar la verdad, así como las reglas democráticas, significa no tener que aceptar las responsabilidades que conllevan. De lo contrario, sería tener que reflexionar y aceptar los errores del pasado y el presente. Entender que no actuar influye en la dirección de nuestro entorno y eso es un pensamiento irritante.

No, el pueblo aspira a una mejor calidad de vida sin tener que lidiar con los baches que el camino supone. El pueblo quiere el camino más corto y más fácil. Y para ello necesita a un líder que le diga lo que quiere escuchar. Un dirigente que comparta y refuerce las ideas que ya tiene en su mente. Un político que piense y sea como él, pero que asuma todo el trabajo duro y la culpa de cualquier error cometido. Una cabecilla carismática, que pronuncie atractivos y populares discursos, inspirando confianza por encima de todo.

Es la confianza, por medio de la empatía, lo que el electorado anhela. Ahora bien, que la preparación profesional o la supuesta honestidad del político no sean aspectos fundamentales para alcanzar esa confianza, ya es un tema latinoamericano.

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