La desinformación en los tiempos del virus

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El fenómeno de la desinformación existe desde tiempos inmemorables; sin embargo, actualmente este concepto es un importante motivo de estudio para las disciplinas del periodismo y la comunicación.

El fenómeno de la desinformación existe desde tiempos inmemorables; sin embargo, actualmente este concepto es un importante motivo de estudio para las disciplinas del periodismo y la comunicación, ya que se encuentra en auge debido al alto nivel de difusión y repercusión desmedida que ambas tienen en la sociedad. El objetivo de las noticias falsas es crear confusión y caos en la ciudadanía respecto a hechos coyunturales nacionales e internacionales en el ámbito político, social o comercial, a través de la generación de contenido engañoso, pero con tintes de noticia verificada. “Las noticias falsas han servido siempre para lograr respaldo para medidas difíciles o movilizar al pueblo de acuerdo a determinados intereses.

Está documentada la creación de un ambiente hostil hacia los judíos a finales del siglo XVI en España” (Burgueño, 2018). Sin embargo; el escenario que popularizó este fenómeno, y que impulsó la importancia de su estudio, fue cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, consideraba que medios prestigiosos como The New York Times, The Washington Post y CNN, utilizaban fake news como un arma política (Flores, 2019).

Es un fenómeno que ha llegado para quedarse, y si bien su arribo no es de hoy, éste empieza a obtener poder con la llegada del Internet. “Fake news es una expresión a la que tendremos que acostumbrarnos. Una expresión que nos dice que la realidad, en el siglo XXI, se está volviendo falsa” (Illades, 2018, p. 13). En este sentido, la web 2.0 significó un hito para el mundo de la comunicación, marcando un antes y un después a la dinámica de la movilización de la información y a todo el proceso comunicativo. Pues, previo al arribo de Internet y las redes sociales digitales, el control de la información lo tenía el Estado y los grupos de poder; eran éstos quienes tenían la potestad de decidir qué, cómo, y cuándo emitir contenido informativo.

 Sin embargo, el libre acceso a las diferentes plataformas digitales de medios sociales revolucionó el modelo tradicional de comunicación, creando un nuevo paradigma que transforma la manera de crear, consumir y divulgar contenido de información; en donde la ciudadanía deja atrás su rol pasivo de receptor, y se convierte en un agente protagónico en el proceso comunicacional como fuente emisora de contenido informativo. “Desaparecen intermediarios, los guardianes de la información que eran los medios tradicionales, con sus directores y redacciones, y con ellos, todo filtro, comprobación o línea editorial, sustituidos por las referencias de los usuarios o algoritmos de las plataformas de internet” (Ballesteros, 2018, p. 22).

Con el desarrollo y evolución de las redes sociales virtuales y la generalización de diversas plataformas digitales, la comunicación se ha democratizado hasta generar las suficientes destrezas en los usuarios para maquillar o inventar una noticia, generando en ésta una apariencia de información verificada y fiable. “La universalización de las herramientas de difusión, su facilidad de uso y su carácter gratuito multiplica la capacidad de divulgación de estas noticias falseadas” (Burgueño, 2018). El masivo acceso a las nuevas tecnologías de la comunicación ha sido el causante de que las noticias falsas cobren hoy un impulso para trascender y generar un alto impacto en la sociedad, pues ha permitido a los usuarios el acceso a internet las 24 horas y los siete días de la semana a través de dispositivos móviles y computadores, logrando que la comunicación circule de manera inmediata, en tiempo real, y en todas las direcciones; poco importa si el contenido informativo es verificado o no.

Las noticias falsas no tienen por qué ser una mentira absoluta. Suelen tener alguna vinculación real con lo que está pasando, pero que resulta, por lo general, una deformación grotesca y siempre favorable al sensacionalismo y al populismo. Una deformación que se aprovecha especialmente del cambio radical que, desde la irrupción de plataformas digitales como Facebook, Twitter y Google, han sufrido los canales que transmiten la información. Y lo cierto es que, aunque en un orden distinto, estas empresas también son responsables del problema y deben rendir cuentas por sus actuaciones. (Alandete, citado en Flores, 2019)

En este contexto, destaca por tanto otra característica producto de su estrecha relación con las plataformas tecnológicas: la propagación de las fake news se produce de forma más rápida, de forma más profunda y más ampliamente que la verdad en todas las categorías de la información (Vosoughi, Roy y Aral, 2018).

El nuevo paradigma de comunicación, generado a partir de la masificación de las redes sociales, trae consigo importantes desafíos para afrontar la desinformación, los mismos requieren atención y acción por parte del gobierno, de los medios de comunicación tradicionales, y de los usuarios.

  • El gobierno

El gobierno debe ser muy inteligente a la hora de comunicar y actuar, pues cualquier error en sus discursos puede desatar cientos de críticas que no tardarán en recorrerse entre los usuarios, lo que repercutirá indudablemente en su imagen y nivel de aprobación. Es importante señalar que, la comunicación de gobierno no solo se manifiesta en lo que el presidente o vicepresidente transmitan en sus discursos; sino también, y aún más, en sus decisiones y acciones en gestión. Es decir, que todo lo que el gobierno diga, haga o deje de hacer, influirá en la percepción de los ciudadanos, quienes no dudan en postear en sus redes sociales sus comentarios, felicitaciones y críticas. “La tecnología pasa de ser entendida como antítesis de las libertades individuales a ser considerada como una aliada de la ciudadanía, que posibilita la expresión de las inquietudes y la defensa de los intereses sociales” (Ayala, 2014, p. 24). Sin embargo, los ciudadanos del siglo XXI no solo contestan a la comunicación del gobierno; sino que, existen miembros opositores que se valen del potencial de las redes sociales para crear noticias engañosas y divulgar desinformación. Este grupo, tiene la capacidad de opacar la comunicación oficial de Estado, generando mayor incertidumbre en la población. Por otro lado, está la desinformación generada por el mismo gobierno, y es aquí en donde su gestión comunicacional debe atender con responsabilidad y ética a lo que dice o calla, siendo transparente con la ciudadanía, pues ésta será quien juzgue su gestión comunicacional.

A propósito del covid-19, Ecuador es un ejemplo de un desborde de desinformación, tanto por parte de grupos de oposición, como del mismo gobierno. “Afirmar que existen flujos intensos de falsas noticias irresponsables para desestabilizar al gobierno no impide afirmar que son muchas las contradicciones entre las fuentes disponibles de información” (Labarthe, 2020). Tanto es así, que después de difundir de manera “oficial” inconsistencias con respecto al número de contagiados y fallecidos por covid-19, fue el mismo Presidente de la República quien, a través de una cadena nacional, solicitó a las entidades competentes decir la verdad, y transparentar las cifras por dolorosas que estas fueran (El Comercio, 2020).

En este sentido, es indispensable que el gobierno entienda los desbordados efectos que trae consigo el nuevo paradigma de la comunicación y, además, esté consciente de que el público, para el cual trabaja, es el ciudadano del siglo XXI, es decir usuarios activos con poder de difusión e impacto inmensurable, que, al constatar desinformación por parte del gobierno, no dudan en desmentirlo a través de fotografías o vídeos, y difundirlos en las redes sociales.

  • Medios de comunicación

Por otro lado, medios de comunicación tradicionales también deben enfrentar desafíos entorno a la desinformación. Las fake news circulan todas las semanas en las diferentes plataformas virtuales, pero con seguridad se puede afirmar que, cuando existen crisis o desestabilidad coyuntural, éstas se multiplican y reproducen a mayor velocidad, generando caos en la ciudadanía. Ante ello, los medios tienen más que nunca la responsabilidad de comunicar a la población todas las aristas de la coyuntura con parcialidad y profesionalismo periodístico; siendo capaces de identificar cuáles son las noticias falsas con mayor repercusión para desmentirlas en sus noticieros respaldándose de fuentes oficiales.

A su vez, es vital que los medios de comunicación tradicionales saquen provecho de las plataformas digitas, y adapten la difusión de contenido sobre éstas. En los últimos meses, en medio del temor e incertidumbre, las noticias falsas inundaban las redes sociales a causa de la crisis sanitaria por el covid-19; y algunos medios de comunicación ante este panorama, se vieron obligados a incrementar su capacidad de difusión de noticias verificadas a través de sus redes sociales, transmitiendo lives a fin de lograr un mayor alcance y llegar a ciudadanos que destinan su tiempo a navegar en estas plataformas. Asimismo, algunos medios han abierto espacios en sus noticieros para advertir a la ciudadanía sobre la proliferación de noticias falsas y exponer algunas de ellas para desmantelarlas con información verificada. Esta práctica, a su vez, significa una oportunidad para estos medios de comunicación, pues refuerzan su credibilidad ante la ciudadanía. Así lo afirma el estudio Trust in news realizado por Kantar (2020), el cual revela que:

La reputación de los medios de comunicación tradicionales permanece prácticamente intacta, mientras que la confianza en las redes sociales y las plataformas de noticias exclusivamente digitales ha disminuido debido al fenómeno de las ‘noticias falsas’ y la posverdad durante los últimos periodos electorales en distintos países. (Kantar, 2020)

Es así que los medios de comunicación tradicionales, valiéndose de la credibilidad que generan en la población, deben adaptarse a las nuevas tecnologías a fin de generar un mayor alcance de las noticias verificadas y así contrarrestar y minimizar el impacto de las fake news.

  • Ciudadanía

Para abordar sobre los desafíos que enfrenta la ciudadanía, antes es necesario hacer hincapié en el rol que hoy en día desempeña el ciudadano como fuente emisora de contenido; pues como bien se ha manifestado, éste ha redefinido de manera drástica la forma de comunicarse, dinamizando la circulación de información y potencializando su alcance. “Mediante la blogósfera y las redes sociales un pequeño grupo e incluso un único ciudadano particular es capaz de difundir información, crear opinión e incluso hacer temblar o ser realmente molesto para corporaciones o gobiernos” (Berceruelo, 2017, p. 151). Por lo que, se debe entender que el poder de la comunicación ya no está en manos de los grupos de poder; sino en la de los usuarios, civiles comunes que pueden o no gozar de dinero, fama, influencia, o trayectoria profesional. Son estos quienes tienen en sus manos la decisión de qué contenido generar, qué información comentar, y cuál compartir para difundir en sus redes sociales; dejándose llevar por sensaciones o emociones, que despiertan en ellos, determinados contenidos en determinados momentos. Por ello, se hace pertinente citar a Morduchowicz (2018), quien señala que “las noticias falsas, pueden apelar a la emoción y este recurso vuelve aún más difícil la posibilidad de identificarlas”. De esta manera, cuando los usuarios acceden a una fotografía o titular tendencioso, y se sienten atraídos por éste, tienden compartir a otros usuarios y en pocas horas éste contenido puede lograr alcances inimaginables, convirtiéndose en difusores potenciales de la desinformación.

En medio de la pandemia de la covid-19, en donde la población atraviesa temor, inseguridad y sentimiento de vulnerabilidad, la desinformación no se hizo esperar. En Ecuador se difundieron decenas de noticias falsas de carácter político, económico, social, y de salud; que confundían a la ciudadanía e incluso atentaban contra la salud de ésta. Ejemplos de este fenómeno fueron, entre otros:

Italia por fin se encontró la cura para el coronavirus, el gobierno de Ecuador pidió a CNN el despido de Fernando del Rincón, Lenín Moreno retiró seguridad del Vicepresidente, Nuevo Súper Aki contrata personas sin experiencia, Alexandra Ocles será embajadora de Ecuador en Cuba, Ofrecen cadáveres de víctimas de covid-19 a los buitres en Asia, El uso prolongado de mascarilla produce hipoxia, La covid-19 debe ser tratado como una trombosis, etc. (Ecuadorchequea.com, 2020)

En este sentido, el desafío que encara la ciudadanía es de responsabilidad ante la difusión de contenido falso o engañoso; por lo que la UNESCO sobrepone la necesitad de sentar bases éticas ante esta problemática.

La sociedad mundial de la información en gestación sólo cobrará su verdadero sentido si se convierte en un medio al servicio de un fin más elevado y deseable: la construcción a nivel mundial de sociedades del conocimiento que sean fuentes de desarrollo para todos, y sobre todo para los países menos adelantados. (UNESCO, 2005, p. 29)

En este contexto, se requiere que los usuarios tengan un pensamiento crítico y sean capaces de valorar la información desde una perspectiva ética, para así compartirla y difundirla al servicio del desarrollo humano. Es aquí en donde la alfabetización digital entra en contexto; pero antes de abordarla, es relevante definirla. “La alfabetización digital es el conjunto de competencias necesarias para asegurar la plena participación en la sociedad del conocimiento, incluyendo los conocimientos, las habilidades y los comportamientos necesarios para mejorar la comunicación, creación y colaboración” (Arévalo & Martín, 2019, p. 55). Por su parte, Eshet-Alkalai complementa esta definición afirmando que la alfabetización digital “incluye una gran variedad de capacidades cognitivas, motoras, sociológicas y emocionales complejas, que los usuarios necesitan para funcionar eficazmente en entornos digitales” (Eshet-Alkalai, 2004, p. 93). En otras palabras, se trata de la capacidad que tiene un internauta o usuario para analizar la información que recibe a través de las diferentes plataformas digitales, integrando un pensamiento crítico, y evaluando el contenido bajo una lectura madura, y parcial. Para ello, es importante “liberar nuestra mente de prejuicios y asegurar que la situación está claramente definida. Asimismo, pretende asegurar que la fuente de los datos y los métodos utilizados para recoger esos datos también están libres de errores, prejuicios e inexactitudes” (Arévalo & Martín, 2019, p. 55). Estos autores proponen seguir los siguientes pasos antes de difundir un contenido informativo:

Investigar el sitio web, objetivo e información de contacto; leer la información completa y no dejarse llevar con un titular llamativo; realizar una breve búsqueda sobre el autor para asegurarse de que en efecto existe, y conocer su fiabilidad; hacer click en los enlaces de la noticia y comprobar si hay datos que avalen la información; verificar si el contenido que consumimos es actual; predecir si la noticia no es muy extravagante, pues puede que se trate de alguna broma; identificar si no es una posible broma; y tener en cuenta que las creencias del usuario podrían alterar su opinión. (Arévalo & Martín, 2019, p. 53)

La responsabilidad que tienen los usuarios es vital en el alcance e impacto de las noticias falsas, por lo que sin duda éste es el desafío al que los ciudadanos del siglo XXI se ven enfrentados.

 

Teorías conspirativas entorno al covid-19

La crisis global provocada por el coronavirus ha constituido el campo idóneo para la aceleración de nuevos mecanismos de desinformación. Prueba de esto es el considerable aumento de su presencia social. Según un estudio de la firma de seguimiento de noticias Eprensa, las fake news crecieron en España un 33%, entre febrero y marzo 2020, durante el estallido de la crisis por el covid-19 (Eprensa, citado en Espacio Dircom, 2020).

La pandemia se ha transformado en el caldo de cultivo perfecto para lo que hoy la OMS (Organización Mundial de la Salud) advierte como “infodemia”, un término cada vez más presente en los ámbitos de análisis y reflexión para describir los efectos de la intoxicación informativa y su instrumentalización para promover la agenda política de determinados grupos ideológicos.

La covid-19 ha sido escenario y fuente de múltiples teorías conspirativas que han generado temor, desinformación, confusión y desgastado la confianza pública. A título de ejemplo, sólo en España, durante la séptima semana de confinamiento, es decir la última semana del mes de abril de 2020, se contabilizaron unas 471 mentiras, alertas falsas y desinformaciones sobre Covid-19 (dato extraído de Maldita.es. Acceso 28/04/2020).

Como señala un artículo publicado en The New York Times, “Muchas falsedades también han sido promovidas por gobiernos que buscan ocultar sus fracasos, actores partidistas que buscan un beneficio político, viles estafadores y, en Estados Unidos, un presidente que ha promovido curas no probadas y falsedades que desvían su responsabilidad” (Fisher, 2020). A continuación, se presentan algunas de las teorías del supuesto origen del brote, (La Posta, 2020):

  1. Una de las más difundidas, es que el virus proviene de los animales, lo que condujo a la reproducción de una serie de videos asiáticos comiendo murciélagos en Wuhan. Efectivamente, existen indicios de que el coronavirus surgió de un mercado de animales salvajes que se venden de manera ilegal; sin embargo, las investigaciones aún no se encuentran concluidas.
  2. A raíz del primer caso reportado en Estados Unidos, se corrió la teoría de que los expertos ya estaban al tanto del virus desde hace muchos años atrás. Esta teoría afirma que el virus fue creado por la Fundación Bill y Melinda Gates para desarrollar vacunas que atraigan fondos para el desarrollo de Estados Unidos.
  3. Otra de las afirmaciones conspirativas difundidas en la red sugiere que el coronavirus era parte de un programa de armas biológicas encubiertas de China, y que podría haberse filtrado del Instituto de Virología de Wuhan. Además, existieron artículos compartidos de Washington Times y de Daily Star, en donde se señala que el virus podría haberse creado en un laboratorio secreto. Sin embargo, no existe evidencia que lo confirme.
  4. También se ha relacionada la aparición del virus con la suspensión de la viróloga Xiangguo Qiu del Laboratorio Nacional de Microbiología de Canadá. Se rumora que esta investigadora visitó el Laboratorio de Bioseguridad de Wuhan cuatro veces en los últimos dos años, en los que habría colocado patógenos en sus instalaciones para inculpar a China por su sobrepoblación.
  5. Se dice también que, el virus es una nueva arma de Estados Unidos para debilitar a China. El funcionario del departamento de Estado, de Estados Unidos, manifestó a la agencia francesa AFP que existe una campaña conspirativa manejada por el gobierno de Rusia para incriminar a Estados Unidos. El país ruso ha negado las denuncias.

Karen Douglas, psicóloga social de la Universidad de Kent en el Reino Unido sugiere que el motivo de la propagación desmedida de estas noticias falsas es debido a que “La gente se siente atraída por las conspiraciones porque prometen satisfacer ciertas motivaciones psicológicas que son importantes: dominar los hechos, tener autonomía sobre el bienestar propio y una sensación de control” (Douglas, citado en The New York Times, 2020). De este modo, si las noticias que recibimos de la OMS y otras fuentes verificadas, no satisfacen dichas necesidades de la población, éstas, por consiguiente, son capaces de inventar historias que sí lo harán, aun cuando estemos conscientes de que son falsas. La amplia difusión de estas teorías en las redes sociales se explica por la intervención activa y militante de usuarios o “fakers”, que juegan un papel fundamental para reforzar e implementar la desinformación. Los difusores conspiranoicos niegan cualquier información que provenga del gobierno y la administración y dan credibilidad a cualquier mensaje minoritario que han recibido por las redes sociales (López, 2020).

Las teorías de conspiración, según aseguran los expertos, avanzan más rápido que el propio coronavirus.  No obstante, todas tienen un mensaje común: “la única protección proviene de poseer verdades secretas que ´ellos´ no quieren que sepas” (Fisher, 2020). Douglas sostiene que “creer en teorías de la conspiración te hace sentir que tienes el poder derivado de conocer cierta información que otra gente no tiene” (Douglas, citado en The New York Times, 2020). Por lo que, pensar que tenemos acceso a cierta información no revelada o secreta, nos otorga cierto sentimiento de ventaja o seguridad que alivia en cierta medida el miedo que abraza consigo la pandemia.

 

Bibliografía

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