Tenemos que jugar con la mentira y somos muy malos detectándola.
Decididamente si, y mucho, todos mentimos, pero ellos más, son los líderes y deben hacerlo, por el bien de todos, o así lo queremos ver, además el perfil del buen político coincide con el del perfecto mentiroso, extrovertido, racional, estable, inteligente y con buena memoria.
Un líder introvertido causaría desconfianza, no sería cercano, y si es emocional tampoco nos sirve, demasiado débil para tomar decisiones, el neuroticismo puede ser terrible, como rasgo de un presidente, solo hay que ver a nuestro vecino del norte, la inteligencia es imprescindible, no podemos pensar en un presidente “bobo”, alguna experiencia hubo, con catastróficos resultados y la buena memoria es una cualidad adaptativa, un presidente que se olvidará de lo que ha dejado por el camino dura poco, ya lo decía Kennedy, “puedes perdonar, pero nunca olvidar”, decididamente la memoria es fundamental: Acabamos de construir al perfecto mentiroso.
Parece que la mentira es esencial para mantener en funcionamiento una sociedad urbana y que nuestros líderes deben manejar la mentira mucho mejor que nosotros, la mentira entonces se ha convertido en el bálsamo que hace que esto funcione.
Además, mienten con palabra y con obra, como dice la Biblia, unos mejores y otros peores, pero siempre mienten, es su oficio. Comenzar una campaña no es más que el dibujo de un futuro incierto sobre el que no se posee ningún control, o al menos muy poco control.
Lo novedoso de todo esto, es que la credibilidad no depende del contenido del discurso. Hemos entrado en una fase en la que nadie se cree las palabras y sin embargo les continuamos creyendo y les votamos, ¿Dónde está la clave que nos hace decidir?
La respuesta siempre estuvo ahí, convencen con sus expresiones faciales, con sus gestos, sus posturas de poder, o sumisión según convenga, sus miradas, la comunicación no verbal ofrece respuestas que hasta hoy no comprendíamos, el candidato “a” no me merece credibilidad, en cambio el “b” parece sincero.
¿Por qué entonces les aceptamos sus mentiras de un modo tan arriesgado?, es también simple, necesitamos creerles, nuestra mente racional, a diferencia de otras especies es capaz de pensar en futuro, pero tiene miedo ante lo desconocido y sólo puede tranquilizarse ante los aportes emocionales de una historia bonita, que no sabemos si existirá algún día, y que está construida sobre mentiras, sociales, bondadosas, necesarias, pero mentiras.
Deseamos creerles hasta límites incomprensibles, sino ¿Por qué votaríamos por un alcalde que nos promete que solucionará el tráfico y además disminuirá la contaminación?, si sabemos que eso es imposible.
Hasta aquí no hay problema, el autoengaño social funciona perfectamente, el problema de la mentira política, surge en la segunda fase, cuando nos adentramos en la realidad y no se producen los efectos deseados. En este tramo de la mentira, nuestros líderes manifiestan tres posiciones muy significativas, dos extremas y una estable.
A un lado aparece el “síndrome del impostor”, acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, en el que a pesar de obtener ciertos éxitos nuestros políticos mentirosos tiran la toalla, se sienten culpables, han prometido más de lo que tienen y lo saben. Son los primeros en caer, no son ni buenos ni malos, simplemente emocionales, hay muy pocos, pero los hay, y carecen del nivel de psicoticismo que es imprescindible para sobrevivir en las cenagosas aguas de los partidos políticos, les quedó la camisa grande. ¿Tenemos todos los mismos nombres en la cabeza?
En el otro extremo se encuentra el tipo realmente dañino, que mantiene la mentira por encima de los fracasos, mediante ocultación de hechos, datos, etc., este es el modelo psicótico que por encima de todo continuará hasta que se lo permitan, pero también acaba cayendo, tenemos ejemplos recientes en el país, ya lo decía Paul Ekman: “Puedes engañar a algunas personas durante mucho tiempo o muchas personas durante algún tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Al final caen, algunos desde muy arriba, pero terminan cayendo.
"Puedes perdonar, pero nunca olvidar", decididamente la memoria es fundamental: acabamos de construir al perfecto mentiroso
Y por último está nuestro alter ego político, el que juega dentro de una línea de honestidad dúctil, nuestro ídolo, que define el nivel de mentiras aceptables a su gusto.
Que lo son, está claro, pero la pregunta es ¿debe un buen político ser un poco mentiroso? ¿se puede ser mentiroso y honesto? ¿cómo se come esto?, también es simple, solo debemos eliminar el componente racional.
Aunque los analistas políticos asumen que las decisiones de voto están sujetas a procesos complejos y sofisticados. En realidad no es así, el voto se decide sobre la marcha, en base a las primeras impresiones, basadas en el lenguaje no verbal y son muy difíciles de cambiar.
La información que hoy recibimos en un proceso político es enorme, el cerebro humano es vago, trabaja con atajos mentales, el primero es la proximidad ideológica, pero el segundo es el mensaje no verbal, mucho antes que el contenido verbal…hasta la expresión facial de los periodistas influye de modo determinante.
Es tan simple que los más competentes poseen caras poco redondas, la distancia entre las cejas y los ojos es menor a la media, los pómulos son más altos y la mandíbula es más angular.
Así, la vieja cuestión sobre si votamos con la razón o la emoción parece resuelta, los expertos apuntan a la lectura que realizamos sobre la expresión de sus emociones, por tanto, si entrenamos buenos actores garantizamos buenos candidatos, en cierto modo sí, pero atención, que también en este mundo asumimos sesgos importantes, recordemos algunos de los más populares que expone en su web el club del comportamiento no verbal.
En conclusión, nos guste o no, tenemos que jugar con la mentira y somos muy malos detectándola, la profesión del analista de comportamiento está en la puerta y se ha convertido en imprescindible para nuestros candidatos.