En el año 2008 el mundo vivió tiempos difíciles producto del advenimiento de la gran crisis hipotecaria que no solo afectó el precio de las propiedades y el valor de las inversiones, también tuvo un impacto directo en la pérdida de empleos.
Salvo algunas excepciones, la economía de muchos países no tuvo ‘blindada’ para resistir semejante golpe. En el año 2020, inaugurando una nueva década y en la antesala de otra década importante para el logro de metas universales de desarrollo –Agenda 2030- que las naciones se han trazado cumplir, nos encontramos ante otro gran desafío que amenaza tener proporciones económicas similares pero acompañadas de un daño irreparable para la salud humana, la vida misma.
Solo la generación de los “Baby Boomers”, personas que nacieron al finalizar la Segunda Guerra Mundial y desde ese momento han vivido todo tipo de guerras y pestes, han visto cosas similares. Los llamados “Millenials –y aquí me incluyo-, personas alcanzando la edad adulta al principio del presente siglo, estamos iniciándonos en el aprendizaje de esta nueva situación, este nuevo status quo que ha cambiado nuestra cotidianidad. El término peste suena alcaico, lo hemos visto con frecuencia en las sagradas escrituras con intención analógica profética y apocalíptica muchas veces, en las películas viejas sobre las guerras y el cólera que viene después o en aquellas sobre la fiebre amarilla, pero lo busco en diferentes diccionarios y el resultado es el mismo, es una enfermedad altamente contagiosa que genera gran mortalidad entre los humanos y los animales. El Coronavirus (#COVID19) encaja muy bien en esta clasificación.
Estados Unidos ya ha superado los casos de contagio registrado en China, Italia e Irán y no parece tener un competidor en el resto del mundo. Una vez más, Estados Unidos es el líder del mundo en un renglón, esta vez en uno no deseado. Se ha convertido en el epicentro de la infección y su emblemática ciudad de Nueva York, no solo conocida como la “Gran Manzana”, sino también como la “ciudad que nunca duerme”, podría irse a la cama temprano con el decreto de lockdown (cierre de emergencia).
Debo decir, que en mi tiempo trabajando para la Organización Panamericana de la Salud (OPS), fui testigo del manejo de otras crisis como el virus Zika pero el Coronavirus está a otro nivel.
¿Salvar la economía o salvar más vidas?
Este es el dilema de cada gobernante, especialmente cuando tiene estrecha relación con ciertos grupos de interés y por supuesto, con las grandes corporaciones. Es la indecisión entre evitar la pérdida de vidas con una economía que se pone en pausa debido al aislamiento total o más bien causarle dolor rápido e instantáneo a la población con una economía que no se detiene y por tanto no causará muertes a posteriori debido a determinantes como el hambre. La brasileña Ivone Silva, en alusión a la posición del presidente Jair Bolsonaro sobre este aspecto, señala que si basamos esta decisión en estas dos premisas “se crea un falso dilema entre ‘salvar vidas’ o ‘salvar la economía’. El presidente dice que, si se mantiene la cuarentena, la crisis económica será aún más grave que los efectos de la enfermedad y, por lo tanto, las personas deberían volver a la vida normal para salvar la economía. No podría haber pensamientos más equivocados.”
Coincidiendo totalmente con Silva, entiendo que si la cuarenta se detiene, los casos de COVID19 llegarán hasta el cielo, el pánico y la incertidumbre traerá descontento social y aumento de la criminalidad y la anarquía (saqueos) generando inestabilidad política e imposibilitando el funcionamiento de la economía y dejando de atraer inversión extranjera. Pero, ¿cómo comunicamos esta crisis dejando claro cuál es nuestra posición frente al dilema?
Al igual que como sucede con Millenials frente a los Baby Boomers, que son inexpertos en estos dramas humanos, a los profesionales de la comunicación y los equipos de apoyo de los presidentes y gobernantes locales, esta crisis hace que se adentren en territorios totalmente desconocidos para la mayoría. Primero, estamos ante un problema que esta vez requiere de hacernos acompañar de los técnicos de la materia al comunicarlo, no es casualidad que en los Estados Unidos el inmunólogo Anthony Fauci se haya convertido en una celebridad generando que nos preguntemos #WhereIsFauci cuando no lo vemos en las ruedas de prensa del presidente. Estamos hablando de vidas humanas, en esta ocasión los improvisados necesitan de los expertos.
Es una tonelada nueva de información con hechos cambiantes. Lo que ayer era válido hoy no lo es más. Ayer podrían haber dicho que el virus duraba 3 horas sobre superficies, hoy ya dicen que permanece por varios días si no se desinfecta. Los casos de contagio se actualizan en tiempo real.
En comunicación política en general, no durante crisis sanitarias como esta, comunicar el mensaje es mucho más fácil pues nos preparamos con anticipación para comunicarlo por un tiempo determinado hasta lograr los objetivos. Tenemos una estrategia que en el fondo es el análisis de la información. En una conversación reciente, Roberto Izurieta, profesor de la George Washington University, señalaba que el reto es que con COVID19 los datos son muchos, cambian muy rápido y son difíciles de interpretar. En cambio, en política tenemos instrumentos que nos ayudan a interpretar la realidad como son las encuestas, grupos focales, etc. En este diálogo, Izurieta hizo mucho énfasis en tener claro que la comunicación no es sustituto de la realidad, tenemos que saber interpretar la realidad y saber hacia dónde nos movemos. Esto es un principio reafirmado.
Una vez tenemos el conocimiento de la realidad, en el caso del Coronavirus es una muy volátil y dinámica, podemos construir el mensaje en base a prioridades y en este caso debemos incluir el dilema ético de la vida. Esto nos permitirá pasar al plan de acción que esta oportunidad debe elaborarse de forma “exprés” pues la ciudadanía no lo está esperando para las elecciones de fin de año, es para ahora. Este plan se debe comunicar en el mensaje pues la población no solo espera información, también quiere medidas y esto debe tener un ciclo de constante evaluación. Hasta aquí esta metodología sigue funcionando, pero en estos casos los médicos son los que mejor ejercen la vocería, es una profesión que mantiene su prestigio y respeto entre la ciudadanía, son escuchados y obedecidos como sucede con el “Padrecito” (sacerdote) del pueblo.
Este territorio desconocido para los comunicadores trae un almacén lleno de nuevos términos. Por ejemplo, a raíz de esta crisis, por primera vez escuché el término “flatten the curve” (aplanar la curva de contagio).
El objetivo del mensaje debe ser bajar la curva, pero ¿cómo lo logramos?
A veces, cuando las advertencias y consejos como #QuedateEnTuCasa no funcionan, la llamada psicología indirecta (así como la inversa) debe también hacer acto de presencia. La Teoría del Nudge o “teoría del empujoncito” es un concepto que la neurociencia muchas veces aplica a la política y a la economía. Esta teoría logró su profundización en la obra “El empujoncito”, del economista Richard Thaler. A sabiendas de que la parte rebelde y libertaria de las personas no le gusta seguir órdenes (ordenes de cuarentena, por ejemplo), más que mandatos necesitan micro empujoncitos que les muestren los daños potenciales que esta enfermedad puede causar, no solo a la persona, pero a la economía en general. Estos pequeños estímulos que activan patrones cognitivos generando cambio de comportamiento pueden ser tan indirectos como poner la comida saludable de los supermercados cerca de la entrada y no de la salida si queremos lograr cambios en los patrones alimenticios. Estoy seguro que con el coronavirus se podría diseñar algo igual de efectivo también. La Casa Blanca de Barack Obama le sacó provecho a este método, lo mismo hizo David Cameron en Inglaterra y lo propio hacen organismos como el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros.
No hay fórmula mágica, pero si sentido común
Esta crisis llamada COVID19 tiene al inicio de su nombre una C y debe ser abordada de forma precisa con otras cinco Cs, a saber: capacidad, confianza, convivencia, cooperación y cohesión. La capacidad es vital, los técnicos tienen que sentarse a educar a los políticos que dan el mensaje a diario, si es necesario hacerse acompañar de los primeros para general confianza en la población.
No es momento del “finger pointing” (señalamientos), en tiempos de incertidumbre el reto es generar confianza por lo cual tanto el oficialismo como la oposición deben hacer una tregua. EL oficialismo tendrá siempre una plataforma más oficial y de mayor alcance para informar pero cuando sale al pódium debe asegurarse de haber dejado la política en el despacho, estos son tiempos para un pacto nacional.
Finalmente, tenemos a la cooperación, la convivencia y la cohesión, tres palabras que entre ellas se complementan significando colaboración, armonía y unión. Hay que sentarse a la mesa, en este caso una virtual, y compartir toda la información que se tenga para transmitirla la ciudadanía ya que si esta última llegara a sentir que la dejaron en la sombra en cuanto a algún aspecto capital, la confianza se habrá perdido para siempre, recuperándose como pasa con la hoja de papel que ha sido empuñada que nunca vuelve a la forma anterior.
Por último, siempre guardando las diferencias contextuales, es bueno aprender de las buenas prácticas de los demás. Un ejemplo para emular es el exhibido por los países del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) que en una reunión urgente virtual de presidentes (innovando y siendo resilientes) pusieron en marcha un Plan de Contingencia Regional frente al Coronavirus por más de US$1,900 millones. Como bien me comentaba Olinda Salguero, Jefa de Gabinete de este organismo, esto ha sido “un esfuerzo titánico y creemos en que #JuntosSaldremosAdelante”.
Otras menciones de honor se llevan líderes que actuaron temprano, como es caso de Nayib Bukele en El Salvador, o presidentes que a diferencia de las reuniones y ruedas de prensa que celebra la Casa Blanca, se encuentran celebrando sus encuentros guardando distancia social como sucede con Danilo Medina de la República Dominicana. ¡El ejemplo empieza por casa!