Si bien es cierto que cada político tiene su librito, el que pierde de vista ese concepto no debería ser privilegiado con ese mandato.
Cada época tiene sus actores y protagonistas, cada pueblo su historia, ya sea por decisión o no, lo que sí es una constante es que en cada uno de estos escenarios están los que ríen, los que lloran, los que se frustran, los que sucumben, los afortunados…, en fin, de todo, también es cierto que quien pierde la concepción de que GOBERNAR ES COSA DE POCOS PARA MUCHOS no debería ser privilegiado con este mandato.
Según el filósofo holandés Spinoza, existen tres criterios de acción: “el criterio cierto (bajo el cual, al conocer el orden y conexión de las cosas, ningún evento es inesperado, inesperable o simplemente inaudito), luego la fortuna favorable (si ante los eventos el individuo sale siempre bien parado, al margen de si conoce o no lo que sucede, confía en su fortuna, en su buena estrella) y, finalmente, la ausencia de los dos anteriores, sin criterio cierto ni fortuna favorable, los individuos tienden a creer casi cualquier cosa, porque ni entiende ni tiene una respuesta material, y si dudan tanto tienen esperanza como miedo; y si confían en sí mismos –dice Spinoza– son jactanciosos y engreídos.”
Es justamente ahí donde la política odierna permite muchas osadías, desplantes inverosímiles y beneplácitos inconcebibles al razonamiento humano, donde la autoconvencimiento personal de la omnipotencia conduce a olvidar los enseñamientos elementales de la ciencia política a los políticos.
Gobernar es cosa de pocos para muchos, se trata de un servir para beneficio, crecimiento, bienestar y avance de todos.
La primacía de las emociones en el campo de la comunicación en general, y a la comunicación política en particular, viene de la mano de los cambios socioculturales propios de cada época. La vida pública comienza a desdibujar sus límites y lo que antes pertenecía a la esfera de lo privado adquiere una dimensión que parece ir conquistando todos los espacios. Aquello que sustenta la vida del sujeto cívico, que lo conmueve, que lo emociona, sus cuestiones personales y privadas, dejan de ser parte del santuario de la intimidad para entrar en el terreno de lo político y lo público, todo está siendo desvelizado, la comunicación horizontal y la sociedad del entretenimiento se impone.
Partiendo de la reflexión anterior, las campañas electorales se fundamentan en propuestas esperanzadoras llenas de buena fe y circundadas de emociones profundas, que una vez implantadas en las mentes y corazones quebrantados por constantes desalientos procuran construcciones imaginarias de los cargos, lo cual, una vez logrado, te permite aplicar los dictámenes de tu librito. Pero mucha atención a las palabras del expresidente Mujica: “no es que cambias por un cargo, sino que se revela tu verdadero yo.”
En la comunicación política el miedo y la esperanza parecen ser caras de una misma moneda: si la esperanza es el anhelo de cumplir determinado objetivo, el miedo a no concretarlo viene a ser su contraparte y la conspiración del silencio se convierte en una barrera en torno a la verdad, lo insólito es que se puede definir como el acuerdo tanto implícito como explícito al que se llega, pues cuando el poder político viene convertido en moneda de intercambio para lo correcto y lo incorrecto, la justicia, el deber y los derechos pierden todo tipo de valor e importancia; convirtiendo el Estado y los ciudadanos en rehenes de la democracia.
Justamente cuando ese verdadero YO se apropia de su posición e inicia a imponer su supremacía, y se genera una continuidad entre el tema del contrato social y la política cotidiana, es entonces cuando el miedo inicia a reconocer tener un único límite, que es el reconocimiento, y es solo ante esto que la esperanza adquiere un lugar especial en la teoría política de la democracia y te obliga a reconocer que Gobernar es cosa de pocos para muchos.