Si no nos cuidamos entre todos, lo padeceremos todos.
Nada más ajustado a la realidad humana, que su condición de vulnerabilidad que lo llevan a la incertidumbre de la existencia, y le recuerdan constantemente su condición de creatura, de ser contingente y dependiente del contexto vital.
En ese contexto se ha desarrollado la historia humana, en un permanente camino de luchas y sufrimientos, tratando de entender y dominar, los grandes misterios de la vida, la muerte y la enfermedad, es decir todo aquello que es ajeno a nuestro dominio y nos somete a la vulnerabilidad de la finitud.
En su reciente libro, Homo Deus, el historiador israelí, Yuval Noha Harari, vaticina un nuevo salto en la revolucionaria historia de la humanidad, con la preeminencia de la información, la tecnología y los datos, dando origen a lo que él denomina como una nueva concepción religiosa, “el dataísmo” y que nos brindaría el camino y la llave para alcanzar esos grandes desafíos vitales, derrotar la enfermedad y la misma muerte; el elixir de la eterna juventud, que ha dado tanto de qué hablar.
Los adelantos científicos y algunas veces la misma literatura fantasiosa le vendieron a la humanidad, ese boleto inmediato al futuro soñado. Sin embargo, la misma naturaleza de nuevo tuvo la palabra, para recordarle al hombre que es creatura, que es finito y vulnerable. La covid-19, nos recordó que existen muchos microorganismo, virus y bacterias, con los cuales convivimos, que desconocemos y que potencialmente pueden ser peligrosos y mortales para la especie.
En el siglo XIV fue la peste negra, a principio del siglo XIX la influenza, y a lo largo del XX el ébola y la malaria; hoy la humanidad de nuevo se reconoce frágil frente a otra pandemia, la covid-19, que ha movilizado a todos los países, modificando sus rutinas de vida y de producción para tratar de protegerse y reducir el riesgo, mientras confían en la ciencia para producir una pronta vacuna.
Pero no deja de ser paradójico el comportamiento humano, y hasta podríamos llamarlo “irresponsable” en algunos casos. La disciplina primó en los primeros momentos tras el anuncio de casos mortales del virus, confinamiento y acatamiento de las recomendaciones preventivas al pie da la letra, el miedo es sin duda alguna un gran movilizador social.
Sin embargo, no dura para siempre. Frente a esa incertidumbre, en que se convirtió la pandemia, empezaron a surgir, toda clase de explicaciones y justificaciones de nuevos comportamientos, excelente caldo de cultivo para las fakes news, y que nos llevaron al “relajamiento de las medidas de prevención”, con el consecuente precio a pagar, los rebrote y nuevos picos de contagio y muerte.
A esto se suma, la carrera contra el tiempo en el creación y producción de una vacuna efectiva, que también ha ocupado espacios en medios de comunicación serios y en otros lugares que no gozan de rigurosidad informativa. A la orden del día, están afirmaciones de que la vacuna ya la tiene Rusia, China, Inglaterra, Estados Unidad, o cualquier universidad de prestigio, convirtiendo esto, es una falaz esperanza de que pronto se superará esta oscura noche, o en el peor de los escenarios, un nuevo caso de manipulación mediática con intereses políticos o económicos.
La misma comunidad médica y académica, con su prudente posición, ha dicho que, aunque las investigaciones avanzan, no se tendría certeza de la vacuna hasta principios del próximo año 2021, y su producción masiva se estaría dando solo entre 2021 y 2022, un largo período si se contrasta con las cifras crecientes de contagios y decesos. Más preocupante, o realista aún, es que la eventual vacuna no destruirá o erradicará de plano este virus, tendremos que seguir conviviendo con él, como existe la gripa común u otras enfermedades.
¿Qué nos queda? Aquello que tan fácilmente olvidamos, la responsabilidad de la “casa común”, como lo ha llamado el Papa Francisco, o los ejemplos de los círculos de cuidado, que alguna vez mencionó el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus en su propuesta de cultura ciudadana, soy responsable de mi cuidado, corresponsable del cuidado de mi entorno familiar cercano, y así ampliándose hasta los entornos sociales y comunitarios de influencia. Si no nos cuidamos entre todos, lo padeceremos todos.
A las autoridades públicas, les queda la tarea de aportar certidumbre, que no es otra cosa, que recordar lo mortal de la enfermedad, en permanente comunicación de riesgo; insistir a tiempo y destiempo sobre las medidas de prevención, y además crear las condiciones medianamente optimas para retornar a las actividades de producción, sabiendo que ya nada será igual. Pero la gran responsabilidad está en manos individuales y colectivas de una ciudadanía responsable, que en algunos momentos brilla por su ausencia.
Fue, y sigue siendo, un curso acelerado de gestión de riesgo, para el que nadie estaba preparado, todos los gobiernos del mundo “medio improvisando” han tratado de hacer lo mejor posible, unos más que otros, pero recordando que los fallos se pagan con vidas humanas. Se han cambiado las reglas del juego, no hay planes definidos, no hay plazos, solo incertidumbre y la necesidad de evaluar constantemente para determinar acciones inmediatas, incluso se vale devolverse en los procesos si se amerita, cuantos estados han retornado al confinamiento por prevención.
De nuevo, queda el trabajo conjunto de los gobiernos, aportando certidumbre y de los ciudadanos protegiéndose entre todos.
La covid-19 está para recordarnos que somos creaturas contingentes, vulnerables y finitas, que no estamos solos en el mundo. También nos recuerda, que somos responsables de todos como especie y todas las especies, somos responsables del cuidado de la casa común.