Política y pelotas

En Campaña
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Fernando Dopazo (Argentina): Estratega político, enfocado en la construcción de estrategias de comunicación, storytelling y contraste. Lleva casi 20 años en el mundo de la consultoría política, a lo largo de este tiempo ha contribuido al éxito electoral en campañas presidenciales, regionales y locales en distintos países, entre los que destacan Argentina, Ecuador, Honduras, España, Colombia y Perú. Así mismo, ha sido responsable de asesorar a distintos gobiernos en materia de comunicación gubernamental y gestión de crisis. Su trabajo ha sido valorado en diversas ocasiones, siendo galardonado con los premios Alacop, Napolitan y Reed Latino.

Luis Omar Tapia, histórico relator deportivo, durante años iniciaba sus transmisiones diciendo “Bienvenidos al espectáculo más bonito del mundo”. Y eso mismo, desde la fascinación que en el mundo de la comunicación política se tiene por las elecciones, es lo que también se puede afirmar en el escenario democrático latinoamericano cuando nos referimos a la lucha y a la competencia por el poder en el marco de los procesos electorales. Hay quienes, sin duda, pueden cuestionar la seriedad de plantear una analogía entre el mundo del deporte rey y un proceso electoral, pero el centro de esta presentación radica justamente en trazar, de manera amena, pero a conciencia, un paralelismo entre ambos: elecciones y fútbol, política y pelotas.

La primera similitud que vale destacar es una característica del objeto central de ambos juegos: la pelota y el poder. La pelota es caprichosa, libre, rueda para cualquier parte, es difícil de dominar. Tan difícil como es alcanzar y administrar el poder. Sin pelota no hay juego, no hay partido, y en la política lo que motiva a jugar es el poder; sin la lucha por el poder tampoco hay política. La competencia electoral se trata de quién se queda con el poder y quién lo administra. De eso se tratan las campañas, de conseguir la pelota, de pasarla entre compañeros, de meter un pase filtrado, de moverla y meterla dentro del arco para sacar un resultado favorable en un partido. El objetivo máximo del juego es lograr alcanzar administrar la pelota, el poder, en los términos que uno pretende imponer frente a los otros contra los que está jugando, sabiendo al mismo tiempo, muy adentro de cada quien, que uno nunca podrá́ controlar y hacer con la pelota lo que se pretende todo el tiempo porque no sólo depende de lo que hagamos nosotros, sino también de los otros y de muchas cosas que suceden alrededor del juego. También, cada proceso electoral es diferente y similar al mismo tiempo. Diferente porque cada partido lo jugamos en un campo distinto, con dimensiones diferentes, más anchos y más angostos, más largos y más cortos, con el césped más alto o más bajo, artificial o natural, de local o visitante, con los espectadores más cerca o más lejos del campo de juego en sí. Todo eso es lo que podemos identificar como el contexto estructural en el que vamos a llevar adelante la contienda electoral: la cultura cívico-política, la legislación de cada lugar, las situaciones estructurales de cada sociedad, etc., contexto al cual nos debemos adaptar, ya que condiciona el fondo y las formas de cómo podemos administrar la pelota, de cómo podemos jugar con el poder y, en definitiva, de cómo podemos competir. En el deporte rey y en la realidad electoral hay veces que pasan cosas, los imponderables suceden. Mientras que en el fútbol cambia el clima, nieva, llueve, se deteriora el campo durante el juego o se lesiona algún jugador, también en las campañas hay crisis y situaciones que obligan a reacomodarse y adaptarse a la coyuntura dinámica de cualquier partido de este tipo. En el fútbol, uno puede tener todo planificado y estar ejecutándolo bien, puede estar dominando el partido, sin embargo, acciones individuales, propias o del adversario, mejor sincronización colectiva y hasta escenas fortuitas pueden evaporar un contexto. Son las mismas situaciones que surgen de la coyuntura política y que modifican los escenarios electorales en los que competimos y que ponen a prueba nuestra capacidad de adaptación. Por eso, hay que tratar de pensar también esos imponderables, estar un paso delante de los acontecimientos posibles. Como les dijo Carlos Salvador Bilardo, el técnico argentino a sus jugadores en la previa de México 86:

“Muchachos, en la valija pongan dos cosas: un traje y una sábana. El traje es para cuando bajemos del avión si ganamos la Copa. La sábana es por si perdemos en primera ronda y nos tenemos que ir a vivir a Arabia”.

En toda competencia, y el fútbol y las elecciones no son la excepción, hay ley. Siempre hay ley. Hay reglas prescritas y alguien quien las administra, quien castiga y sanciona en caso de transgredirla. Ese rol del arbitraje es lo que hacen los institutos, consejos y juzgados electorales. Y como existen también es responsabilidad de los que jugamos conocer esas reglas para jugar el partido. Al filo de la ley, muchas veces, pero incluso para animarse a jugar tan finito, entre legalidad e ilegalidad, hay que conocer la ley.

El fútbol y las campañas también tienen en común que los medios y la gente tienen los ojos sobre ellos. La condición de espectacularidad genera que en ambos ámbitos se pueda afirmar que los ojos del mundo están sobre nosotros. Claro está́, con la particularidad de los tiempos que corren. En ambos casos, la mayoría de los periodistas no entienden de fútbol o de política, cosa que no está́ mal, si no fuera porque juzgan (cuando no prejuzgan) muchas veces irresponsablemente, sin siquiera hacer una aclaración previa diciendo “si yo hubiera estado ahí́”.

Además, en la era de las pantallas, el cerebro está bombardeado, saturado, inundado de una información que circula hasta el infinito, golpeado por datos imprecisos, cuando no simplemente falsos, y padeciendo dificultades extremas para procesar razonablemente toda esa avalancha informativa, sobredosis informativa que contribuye a un consumo ansioso, breve, que valoriza lo superficial sobre lo profundo, fragmentado e irreflexivo. Esa sobredosis facilita la desinformación y el encierro de cada cual en su propia burbuja de ideas, fortaleciendo la idea de tribu. El fútbol es un reflejo de su tiempo y de ese ombliguismo que las redes multiplican, donde muchas veces es más importante la foto de las vacaciones de un jugador o la salida de fiesta que su rendimiento, o el baile en tiktok de un político que lo que realmente hace.

Que el dinero cuenta es regla universal. No hace a la felicidad, pero ayuda. Si quieres tener el mejor entrenador, a los mejores jugadores, el mejor equipamiento, hay que pagarlo. En referencia a las campañas, mi colega y amigo Luis David Duque tiene patentada una frase que aplica perfectamente: campaña pobre, igual pobre campaña. Lo mismo ocurre en el deporte rey. Una de cada diez oportunidades puede ocurrir la excepción que se dé el milagro de que el pobre compita hasta el final, pero, a la larga, contar con recursos importa.

Ahora bien, más allá de los recursos con los que se cuente, es requisito sine qua non estar preparado. Así́ tengas al jugador más talentoso, siempre hay que entrenar y estudiar, estar preparado para cada evento que puede acaecer; Así mismo, el equipo tiene que estar fresco, entrenado, y no sólo ellos, sino también ese cuerpo técnico externo que es parte, pero convive de una manera diferente con el equipo porque le toca estudiar y analizar partidos anteriores o a los jugadores de los otros equipos y, a través de ello, entender cómo van a jugar ellos, qué es lo que pueden hacer y qué no, al mismo tiempo que entienden lo que está pasando alrededor, tanto en el contexto estructural, el campo de juego, como en el ambiente. Lo que llamamos “entrenar” es un ejercicio integral. Es difícil que haya buen entrenamiento sin gestión y no se alcanza a hacer una buena gestión sin conocimiento o sin una metodología adecuada. Como decía César Luis Menotti:

“El fútbol es un juego de tiempo, espacio y engaño, que exige ensayo permanente, pues ese ensayo, además de agregarle al jugador capacidad de entendimiento del juego, también mejora la técnica individual, en el pase, en el toque... La técnica individual es el elemento fundamental para la resolución de las acciones, junto con la conceptualización, la lectura del juego, basada en estos tres principios: espacio, tiempo y engaño”.

Y todo eso, con permanente disciplina. En el fútbol los datos importan y en la política, aún más. Monchi, director deportivo del Sevilla, es una de las pruebas más cabales de esto en el mundo del fútbol: de no ganar nada desde mitad del siglo XX, levantaron 10 títulos en las últimas dos décadas. ¿A fuerza de talonario? ¡No! A fuerza de datos y análisis. Gastando poco en jugadores, pero invirtiendo mucho en tecnología y herramientas que les permiten conocer cuál es el momento álgido de cada jugador. Analizando infinidad de variables sabes si un jugador rendirá́ antes de comprarlo. Analizando datos sabemos qué hinchas se acercarán más al club a partir de determinado estilo de juego o de campaña. También, cuándo es conveniente atacar o defenderse según el momento del juego y la intensidad que hay que meterle.

Pero no es sólo la cantidad de datos lo que importa, sino lo que las organizaciones hacen con los datos y, sobre todo, cómo se convierten en información que facilita la toma de decisiones. Los datos son importantes, pero no son todo. La emoción y la imprevisibilidad que han caracterizado históricamente al deporte sigue presente. Los datos disminuyen la incertidumbre, pero no la acaban, la magia del fútbol se mantiene intacta, la magia de la política, tampoco. Es decir, los datos pueden ayudar a tener más probabilidades de ejecutar un plan que permita ser mejor que tu rival, pero nunca podrán resolver lo que, a la larga, es lo más bonito del deporte: que el resultado muchas veces no es el esperado, que puede pasar algo impredecible.

Volviendo a la dinámica electoral, en la Argentina de inicios de 2019, toda la información disponible indicaba, más allá de una compleja situación económica, que el presidente Macri se encaminaría a su reelección ante una fragmentada oposición peronista; sin embargo, todo cambió con un tweet de Cristina Fernández de Kirchner, el 18 de mayo de ese año por la mañana, en el que anunciaba que le había pedido a Alberto Fernández que fuese candidato a presidente, mientras que ella lo secundaría en el binomio. Esa acción no prevista por nadie, y que no figuraba en ninguna acumulación de datos previos, fue la que permitió la unidad monolítica del peronismo argentino después de mucho tiempo y lo que llevó, en buena medida, a que Macri, fuese el primer presidente latinoamericano que iba por su reelección y no lo lograba.

En la ejecución de todo esto hay un punto central. El partido o la campaña tienen un tiempo limitado: 90 minutos o 60 días, da igual. Siempre es una carrera contra el tiempo, siempre tenemos un tiempo finito. Johan Cruyff, el gran jugador holandés de los ’70 y director técnico de los ’90, decía que:

“Está estadísticamente probado que los jugadores no tienen la pelota más de tres minutos de media. Lo más importante es lo que haces durante los 87 minutos que no tienes la pelota. Es lo que hace que seas un buen jugador o no”.

Eso lo debemos tener en cuenta siempre, en el funcionamiento de la campaña: qué hacen los integrantes de ella cuando no tenemos la iniciativa. Porque por más que queramos va a haber momentos en los que la pelota de la agenda la tendrán otros. 

Siguiendo el tren de esta analogía que pretendemos establecer, hay una trinidad de actores que se pueden encontrar en ambos ámbitos y que resultan centrales en el desarrollo de ambas actividades. En primer lugar, en el fútbol, todo equipo tiene una estrella y para ellos juega el equipo. Todos los integrantes de un equipo juegan para ganar, pero hay un elemento adicional: jugar para que no sólo se luzcan, marquen goles o hagan la jugada más bonita, sino para que ellos ganen, se lleven la gloria. Por ellos, por esas figuras que están en el foco de atención, por esa especie de semidioses terrenales es por quienes en definitiva votamos. Ellos son únicos, grandes jugadores o políticos que se presentan a unas elecciones, y son únicos porque están dispuestos a dar un paso adelante, dispuestos a, por medio de su vocación de poder, su audacia y talento natural, dar un poco más que el resto, proyectando liderazgo, siendo animales hipercompetitivos y haciendo que el poder sea visto como algo inherente a ellos de una manera tan natural como la que tienen esas grandes estrellas del fútbol, que pareciera que llevan la pelota pegada al pie. Y esos jugadores únicos son muy pocos, tal como sucede en la arena política.

También, en el campo de juego, entre los que juegan, siempre hay uno que pone orden táctico, marca los tiempos y el ritmo del juego. Esa función, que en el fútbol la suele hacer un centrocampista, es lo que debe hacer en campaña un jefe de campaña: interpretar la estrategia e implementarla dentro de la cancha, cuando el balón está en movimiento, es el que le dice a cada uno de los compañeros dónde pararse y qué hacer, el traductor de la estrategia en táctica. Muchos que hablan de fútbol se enfocan en que hay que moverse o en la necesidad de correr mucho, pero no es así́. Al fútbol y a la política se juega con el cerebro. Hay que estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, y para que todo sea así́, se necesita un jugador que marque los tiempos, un titiritero que maneje los hilos, que tenga toda la película en la cabeza escena por escena, eso es un jefe de campaña.

Finalmente, hay algunas figuras de este deporte que no entran al campo. No transpiran. Algunos observan el partido sentados y otros lo hacen parados al lado del campo, pero no juegan. No juegan, pero piensan. No juegan, literalmente, pero muestran el camino. Son los responsables de imaginar y pensar el partido mucho tiempo antes de que suceda. Son los directores técnicos, así́ como sucede con los estrategas, los que analizan el contexto, los elementos con los que contamos, con los que cuenta cada adversario, y los que a partir de un análisis pormenorizado de la situación, sugieren, recomiendan una forma para jugar el partido, y ya durante el partido dan alguna indicación para ir ajustando lo que sucede. Entre esos técnicos, al igual que entre nosotros los estrategas hay diferencias en las formas de aproximarse a la realidad, en el método y en las formas de relacionarse con los otros (jugadores, prensa, afición o clientes, periodistas y electorado). Por eso, piensen qué director técnico necesitan para su equipo. Decía Menotti, campeón mundial en 1978 que:

“Un entrenador genera una idea, luego tiene que convencer de que esa idea es la que lo va a acompañar a buscar la eficacia, después tiene que encontrar en el jugador el compromiso de que cuando venga la adversidad no traicionemos la idea. Son las tres premisas que tiene un entrenador”.

El fútbol es esencialmente del jugador. La función del entrenador es liderar, convencer y organizar a un grupo de personas (no sólo a los futbolistas) para trabajar en torno a un conjunto de objetivos comunes. Todo lo demás, el talento, el físico, los goles, la improvisación y las emociones las pone el jugador. El entrenador, junto al cuerpo técnico que lo acompaña, debe intentar ser una buena guía, un buen canalizador de algo que ellos ya tienen adentro. Lo que define la vigencia del entrenador son los resultados, por eso no basta jugar bien si perdés, hay que ganar, siempre. Se nos juzga sobre esa vara y por eso somos el primer fusible. Pero también, la vigencia de un entrenador la da su capacidad de trabajar y de conectar con un grupo, su desempeño, su personalidad, curiosidad, capacidad, y energía.

Dependiendo de los elementos y actores con los que contemos en el equipo, y del contexto en el que juguemos, definiremos a qué y cómo vamos a jugar. Tal como se titula aquel poema de Benedetti, Táctica y estrategia: la estrategia será́ el a qué vamos a jugar o, mejor dicho, y como alguna vez dijo Josep Guardiola, cómo vamos a ser diferentes a los otros con lo que tenemos, cómo vamos a utilizar la pelota de manera diferente para diferenciarnos del otro. Y eso tiene que ver con el cómo vamos a jugar, cómo bajamos la estrategia a la táctica. De algún modo esto es cómo nos paramos en el campo de juego, si jugamos con laterales bien abiertos que flanqueen el campo de juego logrando mayores espacios para que la estrella del equipo y quienes marcan el ritmo jueguen más cómodos o jugamos cerrados esperando al adversario y contraatacando. La táctica son esos números telefónicos de los sistemas tácticos que una vez que empieza el partido se modifican según los jugadores con los que cuentas y según cómo se da el partido. La táctica es programática; todo lo que sea programático en el mundo de la acción, donde aparece lo inesperado, no tiene mucho sentido. Uno elabora una táctica para tu día, pero aparece algo imprevisto y la táctica deja de tener sentido. Porque luego, en lo que hace a lo estratégico, el fútbol, en palabras de Menotti, y las campañas se dividen en cuatro tareas que hay que contemplar según lo que exige cada situación de juego: defender, recuperar, gestar y finalizar.

La primera tarea es defender. Es el arte de librarnos de un ataque, de una amenaza, zafarse rápidamente de un problema utilizando los recursos que disponemos. Pero, ¡atención!, no se debe abusar demasiado de este arte y ser simplemente “reactivos”. Bien lo dice Pep Guardiola: “entre más rápido te deshagas del balón, más rápido vuelve”. Tampoco podemos pretender que todo vale y ser infieles a nuestros valores y creencias. Sin embargo, creo que reventarla o mandar el balón a la tribuna (o lo que eso signifique o represente políticamente para quién esté leyendo) no deja de ser una opción válida cuando no hay otra opción, y sí, hay que aprender hacerlo.

Pero también, la vida no debe reducirse a atender urgencias todo el tiempo y es a partir de ello que es necesaria la segunda tarea: recuperar. Es el arte de salirse de una situación adversa, pero quedando en una posición de ventaja y en condiciones de dar pelea. No sólo debemos evitar el problema, sino que debemos dar vuelta a la situación y aprovechar para quedar en posición de ventaja. Pasarle por encima al problema, retomar fuerzas y energía, aprender de lo sucedido, superarlo, colocarnos nuevamente en control de la situación para construir algo positivo a partir de ahí́. Ahora, en vez de mandar el balón a las gradas, hay que intentar quitarlo o interceptarlo y dárselo a un compañero (no importa si es un pase hacia atrás) para que este pueda, ya en control, ¡pasar al ataque! Una vez recuperado el balón, recuperada la iniciativa, corresponde gestar el juego.

Es el arte de crear, el arte de inventarse algo para crearnos una oportunidad de triunfar, aprovechar nuestras fortalezas, habilidades y competencias para hacer mover las piezas a nuestro favor, con inteligencia, estudio, e imaginación. Una pared, un pase al vacío, una triangulación, un tiro libre, un córner, un espacio, grande o chico, por donde pueda pasar el balón y ¡zasss!, poder quedar sólo contra el arquero. Y, en ese momento, la última acción: finalizar. Es el arte de concretar, de terminar, de hacer el último esfuerzo, de agacharse a recoger la cosecha. Increíblemente es mucho más fácil dejar las cosas inconclusas, abandonar cuando vamos llegando.

Muchas veces, desperdiciamos todo el esfuerzo ya realizado, ¿cuántos “casi”?, ¿cuántos tiros en el poste? Hoy, en un mundo resultadista, nada cuenta si no concretamos regularmente las oportunidades que nos brindan nuestros esfuerzos de “gestación”. Con cabeza fría, los rematadores de área no se dejan llevar por la emoción de un gol o por el miedo a comérselo ridículamente, ellos solo concluyen por instinto; un solo gesto oportuno es suficiente.

La construcción colectiva, futbolísticamente hablando, se realiza a través del pase. En política, el pase es como la palabra, el pase es lo que te permite armar la oración. Ahora, si tocas sin sentido, la frase no dice nada; mucho toque, mucho pase y no se entiende nada. El sentido, el objetivo en el fútbol es el gol. De lo contrario, tocar la pelota es hablar por hablar. Del mismo modo, en la política, la pelota, el poder es para lograr cosas, para eso está́, para eso lo necesitamos. Los goles son amores, dicen por ahí. Como decía Johan Cruyff, “jugar al fútbol es muy sencillo, pero jugar un fútbol sencillo es la cosa más difícil que hay”. Por ello, debemos empeñarnos en construir narrativas, utilizando palabras que nos lleven a convencer a la ciudadanía y, de esta manera, conseguir votos, es decir, hacer goles.

Así como importan las palabras, también debemos valorar las pasiones, tanto en el fútbol como en la política. El escritor uruguayo Eduardo Galeano decía en El Fútbol a Sol y Sombra que:

“En la vida, un hombre puede cambiar de mujer, de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.

Lo mismo pasa muchas veces con nuestras identidades, ya no en relación a partidos, pero sí en relación a valores y líderes. A los líderes los convertimos en semidioses, nos simbolizamos con ellos. Porque no importa tanto el nombre que lleva detrás de la camiseta cada jugador, sino en el escudo que está adelante, en la identidad que ese jugador representa. Lo mismo pasa con lo que nosotros sentimos y luego pensamos, reafirmando nuestras preferencias a través de los sesgos cognitivos. Rubén Turienzo, un reconocido colega español, lo sintetiza con una frase maravillosa: “los seres humanos somos monos con pretensiones”. Dicho de otro modo, lo racional implica un proceso, lo emotivo, no. La decisión de voto termina siendo un gusto, por ese motivo, vale reafirmar que nadie cambia de pasión.

A través del juego, o de la competencia argumental y simbólica que se da en una campaña, pretendemos enamorar a las hinchadas, desatar y reafirmar sus pasiones alrededor de determinadas causas. Pero una campaña, así́ como una final con público de las dos partes en disputa y con neutrales a priori (como un partido en cancha neutral), no consiste en hablarse sólo entre azules o entre rojos, consiste en convencer a la gran masa que no está́ en las filas militantes, que no agita las banderas. Una campaña eficiente identifica y convence al que está en el medio, un equipo eficiente enamora con su estilo de juego al que está en el medio y lo convence de que es mejor sobre el campo. Recuerden: apelar solo al voto duro es como llenar un estadio de fútbol con tus hinchas, pero despreocuparte del partido que vas a jugar. Llenar miitines con militantes puede ser satisfactorio porque vas a escuchar aplausos y vitoreos constantes, pero los votos están en otro lado. Esto implica recordar y reafirmar que a este juego se juega para y por ellos: los aficionados, la gente.

En una campaña electoral, la inercia, el ánimo y la motivación interna, importan. Y mucho. Decía el exjugador mundialista Jorge Valdano que el fútbol, un equipo de fútbol, es un estado de ánimo. Bueno, pues las elecciones, también. Un equipo es un estado de ánimo. Dentro de un equipo que no funciona bien cada jugador parece peor de lo que es. Sin embargo, cuando reinan valores como el respeto, el afecto y la solidaridad, todos terminan pareciendo un poco mejor de lo que son. Por eso, siempre se trata del equipo. El equipo es, y debe ser, todo. Te ayuda, te potencia, te rescata, te cubre, te hace ganar. Si bien parece que el fútbol tiende a ir en sentido contrario (premios individuales, comparaciones entre jugadores) y los datos te permiten desmenuzar rendimientos durante el juego, revisar miradas, fortalecer análisis y derribar preconceptos, el fútbol siempre acomoda las cosas, nos vuelve a enfocar en lo colectivo y en la síntesis porque todo se interrelaciona. Como decía Alfredo Di Estéfano, “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”, a lo que habría que agregarle el secreto de un buen equipo de Guardiola: “el orden: todos deben saber lo que tienen que hacer”.

El fútbol es terminar de jugar y sentarse a compartir momentos con amigos, en el nivel que sea. No es una guerra y tampoco es una elección porque al día siguiente, cuando el que gana asume, tiene que gobernar con los que perdieron (a través de apoyos legislativos) y para los que perdieron. Además, al rival hay que agradecerle porque nos hace mejores, nos obliga a ser mejores. Y después de los 90 minutos de un partido o de los meses o semanas que dura una campaña, la vida sigue para todos: para los políticos, para los consultores y también, para la gente. Por esto es que se hace necesario, en los tiempos que corren, hacer un esfuerzo para disminuir los niveles de conflictividad que se dan en la lucha política actual en nuestra región. Sobre todo si consideramos que muchas veces, dadas las experiencias recientes, vemos escaladas permanentemente que comienzan a estar al borde de superar la discusión dialéctica.

Ahora, si entendemos el estadio, si estudiamos y entrenamos, si entendemos el juego, si armamos un buen equipo, si jugamos conociendo al otro, si defendemos, recuperamos, gestamos y hacemos goles, si comprendemos que esto se trata de espacio, tiempo y engaño, si vemos todo eso, al final, al final, hay recompensa. Por ello, hagamos un esfuerzo, políticos y consultores, encaremos cada proceso electoral tomando la frase que Johan Cruyff le dijo a sus jugadores del Barcelona antes de la final de la Copa de Europa de 1992 frente a la Sampdoria: “salid y disfrutad”.

Fuente: “CAMPAÑAS MODERNAS Gobiernos Desorientados”, pág. 115, 1ra Edición: Abril del 2022País: Colombia, Ciudad: Santiago de Cali. Editor, Daniel Ivoskus, Consultor Político y presidente de la Cumbre de Comunicación Política. 

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