Todo parece indicar que se está formando la tormenta perfecta para los estallidos sociales en buena parte de la región. En las dos últimas décadas se había logrado reducir la pobreza y la desigualdad; millones de familias salieron de la pobreza en una de las regiones más desiguales del mundo. La brecha entre ricos y pobres en América Latina había caído al punto más bajo registrado hasta que la pandemia le hizo retroceder esos avances.
Según los economistas, los países de la región se encontraron ante varios hechos como la desaceleración de la actividad económica, la lenta y desigual recuperación de los mercados laborales, junto a una mayor presión inflacionaria, y esto, por supuesto, revierte los logros obtenidos. Hechos que cambiarán de manera drástica la política y las estructuras de las sociedades en los próximos años; en esa línea, una de las consecuencias serán el aumento de los niveles de pobreza e inseguridad alimentaria.
El mundo no había terminado de salir de la pandemia cuando llegó la invasión de Rusia a Ucrania, generando desajustes en las economías de los países en el planeta, llevando con ello, por una parte, a una gran inestabilidad de los mercados financieros, sector sensible a este tipos de situaciones; por la otra, el conocido incremento del petróleo, produciendo gran impacto en el costos de las energías y los combustibles, los cuales a su vez han tenido efecto sobre la estructura de costos de casi cualquier producto, y de manera especial, en todo lo relacionado a los alimentos o canasta familiar.
En el informe especial de la Cepal “Repercusiones en América Latina y el Caribe de la guerra en Ucrania: ¿cómo enfrentar esta nueva crisis?, se prevé un crecimiento anual promedio del PIB de 1,8% en 2022, con una tendencia a regresar al lento patrón de crecimiento de 2014-2019 de solo 0,3% promedio anual. La inflación regional, que sigue la tendencia mundial, pasará de 6,6% en 2021 a 8,1% en 2022, señala el informe. La pobreza aumentaría de 29,8% en 2018 a 33,7% en 2022 y la pobreza extrema se incrementaría de 10,4% en 2018 a 14,9% este año. Esto implica que 7,8 millones de personas estarán en riesgo de caer en inseguridad alimentaria, cifra que se sumaría a los 86,4 millones que actualmente se enfrentan a esta situación en la región”.
Sin duda que el panorama representa un gran impacto negativo para los millones de personas en la región, por lo cual, esta tormenta perfecta -efectos de la pandemia, invasión de Rusia a Ucrania, el hambre, la desesperación de los ciudadanos y la sordera selectiva de algunos gobernantes-, hará que los escenarios de estallido social sean cada vez más próximos a ser una realidad.
Ahora más que nunca los gobernantes de la región tienen ante sí enormes retos, y deben estar conscientes de que la dimensión de las necesidades son de tal magnitud que deberán ser muy recursivos y estratégicos para asistir a la población; puesto que, los programas sociales requerirán de mayor inversión, ya que las economías pudieran estar entrando en recesión con lo que la obtención de recursos pudiera verse menguada.
Esto llevará, sobre todo, a los nuevos gobiernos, a tener lunas de miel más cortas, pues, la población requiere soluciones con mayor urgencia. Tanto los antiguos como los nuevosgobernantes tendrán que hacer esfuerzos de disciplina fiscal, racionalizando el gasto público improductivo, sin desmeritar y menos aún reducir la inversión social para auxiliar a la población, la que puede llegar a niveles de precariedad y vulnerabilidad peligrosos e inaceptables para el siglo XXI.
Igualmente, implicará una mayor transparencia en el uso de los fondos públicos, puesto que no solo son las circunstancias, también deben avistar que los ciudadanos están dejando de ser actores pasivos exigiendo que el liderazgo voltee a mirarles, levantan su voz reclamando se le escuche; y, si eso no funciona, se lanzan a las calles a la protesta para exigir sus derechos.
El mundo está cambiando, por lo tanto, las sociedades también lo están haciendo, y eso llevará a que la política y la manera de gobernar deberán cambiar. Y, si los líderes -políticos, empresariales, sindicales, eclesiásticos, judiciales, sociales, académicos- no logran visualizar e internalizar estos nuevos escenarios con la novedad de sus cambios, entonces, deberán revisar la historia desde los tiempos de los imperios egipcios, otomanos, romanos, a la actualidad, para entender cómo se generaron las grandes revoluciones y sus consecuencias.
Si se quiere capotear esta tormenta perfecta y superarla, hay que cambiar.