Toda comunicación política debe cumplir tres objetivos: generar confianza, fortalecer la credibilidad y, en tiempos de crisis, como lo es una pandemia, generar certeza en los ciudadanos.
En México la certeza se dejó a un lado. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador junto con el de Jair Bolsonaro y Donald Trump, ha sido quizá el gobierno que menos garantía ofreció a los ciudadanos en el cuidado de la pandemia. La comunicación gubernamental incluso fue en contrasentido de las recomendaciones que la OMS señalaba como prioritarias. AMLO, intentó disminuir el riesgo sanitario haciendo alusión a la cultura popular y la fe, en donde apostó a estampitas religiosas “Detente”, señalando que no era necesario la “sana distancia” y que el ciudadano podía seguir saliendo a restaurantes e incluso abrazarse.
Un mensaje cobra fuerza por quien es el emisario. El fuerte liderazgo del presidente de México, hizo que su comunicación cobrara mucho eco dentro de los ciudadanos, principalmente en su base electoral. Como ha sido a lo largo de su administración y desde que era un candidato opositor, sus declaraciones llevaron al país a una intensa polarización, donde los clivajes se fueron acentuando: ciencia versus conocimiento popular, derecho al trabajo por subsistencia o el derecho a la salud, los ricos versus los pobres, popularidad de su gobierno o acciones que garantizaran la seguridad de los habitantes.