Tras un quinquenio marcado por las protestas sociales y la pandemia, el presidente Macron logra reelegirse obteniendo el 58% de los votos en segunda vuelta contra los 42% de Le Pen, convirtiéndose así en el primer presidente en ser reelecto en 20 años. Con Macron ha ganado la democracia y el europeísmo, razón por la cual la mayoría de los líderes europeos respiran con tranquilidad, por lo menos, por ahora.
Recordemos que Francia es un país fundador de la Unión Europea, potencia dotada de armas nucleares, con silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y miembro de la OTAN, pues de haber ganado Le Pen, personaje de extrema derecha, populista, nacionalista, euroescéptica y próxima a la Rusia de Vladímir Putin, seguramente complicaría el escenario internacional, máxime en este momento de la invasión de Rusia a Ucrania.
Sin embargo, esta tranquilidad momentánea debe ser vista con cautela y leer con claridad los mensajes que la elección francesa están dejando. La primera lectura, muestra una alta abstención superior al 28%, el porcentaje más alto desde las elecciones de 1969.
La segunda, es la distancia entre Macron y Le pen que, si bien es considerable, es mucho menor que hace cinco años, cuando el presidente Macron le sacó 32 puntos de ventaja a Le Pen.
La tercera, es evidente la fractura que existe entre el próspero francés, urbano y multicultural que le votó a Macron; y el francés precario, provincial y blanco que le dio su voto a Le Pen.
La cuarta, es clara señal a las democracias europeas, pues cuando se debilita la representatividad de los partidos comienzan a desaparecer las oportunidades de generar consensos, y, si a ello le sumamos la incapaces de sus líderes de escuchar y dialogar con el país, se abren las puertas para que los extremos políticos asalten las democracias; y los ejemplos abundan.