Allí estás, a pocos meses de dejar un trono que te llenó de egos. Más solo que nunca y encerrado en cuatro frías paredes levantadas por aquellas personas de las que te rodeaste apenas te subiste a la nube del poder. Ellos no sabían de arquitectura, pero les fue bastante fácil levantar esos muros, porque el objetivo de alejarte de la comunidad fue más importante que tener conocimientos en construcción.
Te acompaña una agenda, pero como puedes ver, esta no es ni parecida a la que tuviste en campaña, en ella no abundan las reuniones con amigos, celebraciones de cumpleaños, ni paseos, pues está cargada de compromisos burocráticos de quienes solo te buscan por conveniencia económica. Tristemente, tendrás que reconocer que esa agenda no le aporta a tus vacíos afectivos, ni emocionales.
Claro que te rodea gente, pero hacen parte de ese grupo amigotes que empezaste a conformar, integrado por todas esas personas que iniciaron acolitando y ovacionando cada una de tus equivocaciones a fin de alimentar tu arrogancia, para ganarse un lugar en tu círculo de supuestos “colaboradores”.
Todo es soledad porque nada de lo que tienes al lado aporta para que la gente quiera acercarse. Tus escoltas son los primeros que te alejan, pues en su afán por protegerte son una barrera diaria para quienes hacen los últimos intentos por acercarse, aunque la gran mayoría solo quiera llegar a ti para cuestionar el incumplimiento a tus promesas de campaña.
Claro está, que tus guardaespaldas ellos te protegen y rodean no porque te estimen o confíen en ti, sino porque es su deber velar por tu seguridad. Además, recuerda que fueron ellos los primeros testigos de tu ingratitud hacia los que te llevaron al cargo que hoy tristemente ostentas; por ello aprendieron a actuar y fingirte aprecio.
La gente no se alejó de ti, tú los apartaste con tu actitud de ermitaño al refugiarte en una concha que utilizaste como un escudo para protegerte de los mismos que te llevaron al poder. Craso error porque tus electores siempre esperaron tú presencia en los mismos espacios que los conquistaste. Te alejaste y los olvidaste por cuatro paredes y un escritorio, cuando lo que debiste hacer fue escuchar los consejos que te decían: “Deja los despachos para los técnicos y asesores. No tengas miedo de pisar la calle. Huye de la soledad del poder. Y de la arrogancia. No te aísles, habla con la gente. Nunca pierdas de vista la realidad. Estate donde la gente te necesite (Morejón, 2010: 41)”.
Dirás que con tu familia basta, y pueda que en ocasiones ellos llenen muchos de tus momentos; pero, la mayoría de ellos, especialmente los que hoy están más cerca de ti, son los culpables del vacío que se siente en tu despacho, ya que en lugar de aterrizarte cuando te elevabas como globo, actuaban como los vicemandatarios de tu gobierno, se mostraban autoritarios y te tomaban de la mano para acompañarte en tu erróneo ascenso hasta las nubes.
Lo peor es que estás a pocos meses de dejar tu cargo y te tendrás que ir en medio de un triste y mudo espectáculo, pues con seguridad tu recorrido hacia la puerta de salida no tendrá nada parecido a cuando entraste. Sé que recuerdas perfectamente ese día donde todo era brindis, risas y abrazos, porque el tiempo pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Pero esa soledad que abunda a tu alrededor no obedece al destino de todos los mandatarios, sino a males buscados de alguien que se embriaga con las primeras gotas de poder y pierde su norte. “Recuerda que al llegar al gobierno, la gente y con mayor razón quienes votaron por usted, esperan que su gobernante estén física y psicológicamente para atenderle: es decir, que cuando le estén hablando o haciendo un requerimiento tenga la misma actitud que mostraba durante la contienda política (Lizarralde y Villota, 2017: 61)”.
¿Ya ves como gran parte de la gente que te acompañaba en el inicio de gobierno ya no está contigo? Eso no pasó porque así lo quisieran ellos, se fueron desmotivados por tu actitud arrogante, la ingratitud hacia todo el esfuerzo que hicieron para llevarte hasta donde estás y todos los obstáculos que pusieron tú y las pocas personas que hoy te rodean.
El único culpable de la soledad que sientes detrás del poder eres tú. Recuerda perfectamente quien eras como ciudadano y luego en calidad de candidato. Se te veía más tiempo en la calle que en la casa. Ahí si buscabas a la gente, les dedicabas tiempo para escucharlos y hasta tener detalles con aquellos que no conocías, impulsado por el objetivo de atraerlos y lograr su voto. Todo eso lo dejaste atrás en el momento en que llegaste al trono.
Ya no es momento de quejarse porque que nunca hiciste nada para detener la construcción del estado de soledad en el que hoy te encuentras. Ese será tu destino desde este preciso instante en el que empiezas a tener el sol a las espaldas. Muchos te van a buscar, pero no porque quieran disfrutar de tu compañía, sino para pedirte un favor. Ese fue el triste día a día que creaste.
Parafraseando a mi amiga y colega Ofelia Santiago de España, tendré que recordarte que el voto de la gente no es un contrato o un cheque en blanco con vigencia para cuatro años, es algo que se puede romper al día siguiente si las acciones del político elegido van en contravía de lo que esperaba el elector.
Esta es la historia que cuenta cómo construiste tu soledad detrás del poder que ostentas. Así será hasta el último día de mandato y tendrás que aprender a aceptar tu realidad; simplemente, porque nunca te cuidaste de aquellas situaciones y siervos que te alejaron de la gente.
BIBLIOGRAFÍA
Lizarralde Henao, Andrés; Villota Santacruz Carlos. (2017). Gobierne bien y hágalo saber. Comunicación de contacto directo y sentido común. Cali: Editorial Poemia.
Morejón Ramírez de Ocáriz, Yuri. (2010). De tú a tú. La buena comunicación de gobierno. Bilbao