Antes de internet solo existía un mundo privado y uno público. El primero consistía en lo hablábamos en mesas, reuniones, y uno que otro mail, mientras que el otro pertenecía al ámbito de los medios tradicionales, prensa escrita, radio y televisión.
Para pasar de una arena a otra, se requería una entrevista, una investigación, una filtración o una que otra grabación.
Las redes sociales llegaron a cambiarnos eso. La delgada línea entre lo privado y lo público se rompió porque cualquier persona con una cuenta en Twitter o Facebook más una motivación y el mensaje adecuado, puede volver pública cualquier información. Este mecanismo se convirtió en un arma y la sociedad no duda en usarla.
Estas benditas redes sociales han traído muchos beneficios desde la solidaridad en catástrofes naturales, la mejora del servicio en las compañías ante quejas y reclamos de usuarios, mayor comunicación con la clase política, así como la mayor interacción entre hombres y mujeres. Hasta matrimonios se han gestado gracias a que se conocieron por estos medios.
Sin embargo, México está viviendo una circunstancia política y de comunicación particular en la que el presidente López Obrador, que conoce muy bien los medios digitales -no por nada acuñó el término “benditas redes sociales”-, es el primero que traspasa los límites entre lo privado y lo público y “filtra” diariamente la información a su antojo o conveniencia.
El presidente ha venido repitiendo en varias ocasiones que algunos temas de los que habla no son ilegales pero son inmorales, y ha dado pie a que los mismos usuarios de las redes sociales abanderen el mismo principio y señalen a otros usuarios u otros temas sin cuidar eso que durante mucho tiempo los medios tradicionales lograron mantener: la regla de oro del periodismo, verificar antes de publicar.
El aumento de las llamadas fake news es un claro ejemplo de lo que se ha venido gestando en estos medios digitales, principalmente en blogs, redes sociales y mensajes de Whatsapp, en las que no tiene que ser un contenido 100 por ciento fabricado para causar daño, puede iniciar desde un contenido genuino que se comparte con un falso contexto.
Es aquí donde surgen y se viralizan movimientos sociales como #MeToo, con el que se busca que todas aquellas mujeres que han sido acosadas o intimidadas puedan denunciar. Sin embargo no cumplen con reglas como la de presunción de inocencia, corroboración de fuentes o el derecho de réplica. Se vuelven solo medios de denuncia pero sin pruebas, en las que solo está la palabra del denunciante -anónimo casi siempre- sin la versión del denunciado. Principio básico del debido proceso.
Cualquier persona puede perfectamente y anónimamente señalar a otra con el #MeToo y el sufijo que corresponda para denunciar, sin necesidad de aportar pruebas.
Hace unos días mi sobrina justo me preguntaba qué era una cacería de brujas y por qué se había dado la santa inquisición. Inmediatamente pensé: menos mal que en esa época no teníamos redes sociales, porque nos habríamos quedado sin mujeres, habríamos terminado todas por un motivo u otro, quemadas en la hoguera.
¡Solo puedo decir, Dios, cómo extraño verificado!
Publicado en El Financiero