Las campañas sucias buscan destruir a un adversario político. Mientras que en las negativas es la verdad la que se revela, en las sucias es la mentira.
Se dice que el origen de las “campañas sucias” en política se encuentra en los Estados Unidos de Norteamérica. El 9 de febrero de 1825 las elecciones entre John Quincy Adams vstra Andrew Jackson se resolvieron en la Cámara de Representantes. Es una de las pocas elecciones en las cuales el candidato que recibió más votos no llegó a ser presidente, tal como pasó con Hilary Clinton vs Donald Trump.
¿Qué es una campaña sucia y cómo opera en un proceso electoral?
Las campañas sucias son armas utilizadas si la argumentación propositiva no es suficiente, las tácticas para menoscabar la credibilidad del adversario y minar su confianza en él mismo, entre sus propios seguidores y entre los electores, se muestran como recurso indispensable para evitar la pérdida.
Las campañas sucias recurren a la emocionalidad de los electores, apelando a un marco de valores o antivalores comunes en las sociedades, los mismos que serían eventualmente vulnerados dadas las características, defectos, limitaciones, o predisposiciones evidentes de ciertos sujetos políticos y sus propuestas. Dividir para reinar también es uno de los propósitos tácticos de estas campañas.
Es por eso que toda campaña sucia busca el desprestigio del adversario atacando sus atributos para volverlo vulnerable, y finalmente “indeseable” para los votantes y para el conjunto de la sociedad, en base a su posición dentro de esa escala de valores o antivalores.
¿Son lo mismo una campaña sucia y una campaña negativa? No. No son lo mismo. La campaña negativa remarca los errores y defectos de un sujeto, y los pone en evidencia frente al público; intentan descubrir al auténtico candidato que se protege tras el marketing electoral o la publicidad política.