El analista político Carlos Fara reflexiona alrededor de la frase "No hace falta tener un cargo para hacer política” dicha por Cristina Kirchner, para pensar en el rol de los influencers y de los políticos en la actualidad.
Hace 6 años atrás CFK le dijo a un funcionario de su gobierno que terminaba, explicándole por qué el cargo para el que lo postulaba no era un demérito: “No hace falta tener un cargo para hacer política”. Dicho funcionario militante reflexionaba en la intimidad luego: “Claro, ella lo dice porque es Cristina…”.
Pero el común de los mortales no tiene ni el liderazgo, ni el carisma, ni el recorrido de personas como Alfonsín, Menem o Kirchner que podían hacer política desde el llano solo con un teléfono.
Por estas horas se hizo noticia Santiago Maratea, un influencer que logró reunir los USD 99.000 que hacían falta para que 35 atletas argentinos y sus entrenadores puedan viajar al Torneo Sudamericano de Atletismo en Guayaquil. Hace un mes había conseguido recaudar 2 millones de dólares para comprar un remedio para una beba de 11 meses.
Historia de Instagram de Santiago Maratea.
A partir de estos logros impactantes –hechos por alguien que fue un desastre en la secundaria- surgieron todo tipo de comentarios elogiosos hacia él y críticos hacia la política. Más de uno casi que lo quería elevar a gestor de las vacunas contra el COVID que tanto hacen falta. Demás está decir que en el contexto político y social el fastidio hacia la política es sustancial, y lo será aún más a medida que nos vayamos acercando a la elección. Por eso el rol de contrafigura de Santiago.
¿Deberían entonces los dirigentes políticos dejar su rol actual y convertirse en influencers?
Aquí viene mi frase de cabecera: es un poco más complejo. Por varias razones:
- No es lo mismo recaudar dinero como influencer que manejar el Estado. Cuando se llega a la gestión pública se le quemaron los papeles hasta el más pintado.
- Santiago Maratea puede lograr sus objetivos precisamente por la legitimidad que ha construido… fuera de la política. En todo caso deberíamos reformar la arquitectura institucional de la Argentina para permitir que haya un “gobierno de influencers” (por qué no? Ya probamos con “los CEOS” y con “los científicos”).
- La política y la gestión pública contemporáneas son una picadora de carne, mucho más en el marco de una crisis enorme, inédita y mundial. Ya sabemos lo que está pasando en Chile, Perú, Ecuador, Paraguay, Brasil, etc. Hasta Merkel ha tenido contratiempos.
- Los pasajes del estrellato social / filantrópico a la política muchas veces han caído en desgracia: el cambio de dimensiones es descomunalmente complejo.
- Pese al fastidio actual, al final del camino, la enorme mayoría cree que la gestión la deben hacer políticos. Honestos, comprometidos, empáticos, eficientes, pero políticos al fin. Por esto esta próxima elección no será necesariamente un espacio para anti política o anti sistema.
Pero claro: aunque más de un ingenioso esté pensando en proponerle a Maratea un puesto expectante en una lista de diputados nacionales, no creo que él quiera eso para su vida. Es más: lo mejor que puede hacer para cumplir su misión social es no meterse en la política partidaria. Porque la política es para otra cosa.
Estos sucesos y comentarios nos llevan a algunas reflexiones interesantes sobre la relación entre la política y la capacidad de transformación que tienen las sociedades en la actualidad.
- Los cambios no solo vienen por obra del Estado, en cualquiera de sus niveles. Por eso existe un incremento exponencial de un amplio entramado de organizaciones e iniciativas personales o grupales que trabajan para mejorar varios aspectos de la realidad. Esta es una tendencia estructural que está más allá de la actual crisis o del deficiente funcionamiento del aparato estatal.
- La política trata de la asignación autoritativa de recursos escasos en el nivel macro social, como definía el maestro David Easton. Autoritativa significa investida de autoridad. Los influencers como Santiago Maratea hacen una maravillosa contribución a resolver problemas puntuales, como los citados. Pero eso no significa transformaciones estructurales como mejorar el sistema educativo o bajar la carga impositiva.
- De todos modos no es una idea descabellada que el sistema político se dedique a lo estructural y que las iniciativas ciudadanas se concentren en los problemas puntuales (que muchas veces derivan de una deficiente gestión pública). Ya sé que es polémico, pero no pierdo nada poniéndolo sobre la mesa.
- Dado que política y Estado están profundamente asociados en la Historia Universal, es lógico que una mayor legitimidad de las iniciativas ciudadanas vaya de la mano con mayor desconfianza hacia las instituciones políticas tradicionales. No es automático, pero está sucediendo.
- Last but not least, como bien señala Harari, si las profundas transformaciones tecnológicas y todas sus consecuencias están haciendo añicos el sistema axiomático devenido de la Ilustración, sería productivo ponernos a pensar una ingeniería institucional distinta que le dé lugar a los influencers (y otros “artefactos” diría Serrat) para que la resolución de problemas sea más efectiva y no pase necesariamente por un expediente en mesa de entradas de algún lugar del Estado.
Volviendo a la anécdota inicial de esta nota, así como no hace falta un cargo para hacer política, tampoco es imprescindible la política para transformar la realidad.
Por propiedad transitiva, no haría falta un cargo para dicha transformación. Lo que sería muy productivo es que se genere un círculo más virtuoso entre gestión estatal e iniciativas ciudadanas.
Y empecemos a pensar en otra arquitectura institucional: la actual muestra terribles signos de agotamiento.
Carlos Fara - Consultor político - Autor de "¿Cómo ser un consultor político?