En medio de una profunda sensación de aislamiento contrastada con responsabilidad, se ven inmiscuidos la mayoría de los políticos días después de asumir los cargos para los cuales son elegidos.
El ascenso al poder trae consigo que las personas se sientan cada vez más solas pues resulta muy difícil encontrar con quien se pueda realmente compartir preocupaciones o decisiones, todos queremos priorizar causas propias y, desligar las emociones amparadas en intereses personales, complica las cosas.
La soledad es una secuela inherente de la participación en política que se da cuando hay exceso de compañía… tenemos comportamientos no habituales que se manifiestan ante la ausencia real de apoyo emocional o social.
No cabe duda, hay mandatarios que deciden estar solos, hace parte de una elección consciente de disfrutar tiempo a solas para reflexionar, descansar o realizar actividades que no requieren presencia de otras personas, es ahí donde la desconexión con el entorno, hace del desesperado interlocutor, un militante arrepentido que ampara sus actos en falta de atención a sus requerimientos propios.
Ojalá nuestros líderes aprendan cuándo y cómo estar solos para que su compañía crezca, entiendan “la soledad del poder”: una oportunidad para la introspección y el autodescubrimiento.
A algunos les encanta la adulación porque les brinda una sensación de reconocimiento, validación y autoestima, es ahí donde el exceso de elogios y recibir cumplidos puede generar satisfacción y reforzar la imagen que tienen de ellos mismos, pero les aleja y desconecta de lo prioritario: “la gente”.
El camino al éxito reconoce que la excesiva falsa lisonja puede ser perjudicial, distorsiona la realidad y genera dependencia emocional en quienes la reciben, un claro espejo de falta de apoyo para propuestas o ideas, incapacidad de conseguir cambios significativos en la sociedad, crítica constante por parte de la opinión pública y pérdida de un futuro prometedor.