Se eligió por un margen corto, más corto que su logro en primera vuelta, Luís Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil. Una campaña dura, quizás la más agresiva de toda la historia democrática del país después de la dictadura militar, por lo menos, en nivel nacional. No es que las campañas anteriores no tuvieron ataques, detracciones y demagogias, pero en ese octubre se vivió una guerra sangrienta: fueron por lo menos siete muertos, y cada uno es una historia propia que vale un texto para sí.
En la primera vuelta también se eligió el parlamento nacional, senadores y diputados. Los partidos que apoyaran a Lula tuvieron más cillas, pero los partidos que le son reacios también agrandaran, y mucho, su participación en el Congreso Nacional. Eso significa que el centro perdió espacio, y que habrá más resistencia al lidiar con el parlamento. También se eligió los gobernadores de todos los estados y del distrito federal (son veinte y siete unidades federativas al total), y en ese caso la cosa se quedó por igual, considerando los que son reacios al PT, los que no tienen postura marcada y los que son aliados al partido.
Eso enseña un escenario dividido políticamente para el presidente de la república tener de lidiar, cualquiera que fuera el electo. Lula tiene más chances de hacer un gobierno moderado que su contrincante tendría, y enseña eso con su discurso luego de su vitoria: “voy gobernar para 215 millones de brasileños y no solo para aquellos que me han votado”, al contrario de lo que hizo el actual presidente que cuando asumió su gobierno prometió “acabar con la petrallada” (así llamaba a los militantes del Partido de los Trabajadores y sus electores).
Pero más allá de “gobernar” en el sentido de gestión y ejecución de políticas públicas, Lula tendrá un desafío mayor, ser escuchado. El volumen de votos que recibió su oponente entre la primera vuelta y la segunda significa que la campaña del vitorioso perdió mucho espacio para el odio y la ignorancia, significa que la gente no le quiso escuchar, significa que para una parte importante de la población el rechazo fue más importante que la capacidad de escuchar propuestas o de aceptar una posibilidad de conciliación. El país está dividido y el primer reto del presidente será lograr hablar con todo el país.
Ganó la democracia, ¿y ahora?
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