Por: Facundo Chaves
Gabriel Boric sufrió una dura derrota electoral, apenas 9 meses después de ganar la presidencia. Por qué ese resultado encierra un mensaje para la radicalización de la grieta argentina. La oportuna reflexión de Ricardo Darín sobre el odio.
La aplastante derrota que sufrió el presidente de Chile Gabriel Boric en las elecciones por la nueva Constitución tuvo un impacto inmediato en la política argentina, que atraviesa un proceso de radicalización en ambos lados de la grieta, empujados tras el condenable atentado que sufrió la vicepresidenta Cristina Kirchner.
El de Chile se trata de un resultado que recoge, con sus particularidades y lógicas, una misma tendencia que -a propósito de las presidenciales en Colombia- habíamos reflejado en esta columna. Apenas 9 meses después de ganar la primera magistratura, con el 55% de los votos, el líder que irrumpió en la política trasandina en las revueltas estudiantiles no pudo escapar de una tendencia que se empecina en repetirse: otra vez perdió un oficialismo.
Es un karma surgido tras la devastación que dejó la pandemia del COVID-19 en América Latina y el mundo, y que envía una señal de alerta para el gobernante Frente de Todos en Argentina, pero también señala para Juntos por el Cambio la debilidad que puede enfrentar una coalición inestable y despareja para un futuro gobierno.
Los comicios en Chile son una ocasión oportuna para despegar la mirada de la coyuntura, que está absorbida por los entretelones de las causas y las consecuencias del intento de asesinato por parte de Fernando Sabag Montiel de la vicepresidenta, la persona más poderosa de la Argentina.
El consultor político Daniel Ivoskus destacó que las elecciones chilenas muestran primero la derrota de los oficialismos pero también que a los nuevos gobiernos les cuesta afianzar apoyos internos, conectar con el electorado y proveer soluciones a sus dramas cotidianos. Ni la inflación, la inseguridad y el deterioro constante de las condiciones de vida logran ser revertidos por la política. En América Latina, esa impotencia ocurre con dramas sociales mucho más urgentes que en economías desarrolladas.
“No sólo pierden los oficialismos, sino que después, los nuevos, se debilitan rápido. Le pasó a Pedro Castillo en Perú, a Guillermo Lasso en Ecuador, el propio Biden en Estado Unidos y ahora se confirma esa tendencia en Chile con Boric. Hay problemas de liderazgo pero una hiperconexión que demanda inmediatez en las respuestas a los reclamos”, explica el analista.
La polarización que se dio en Chile entre los que sostenían la nueva Constitución, con Boric a la cabeza, y los que la rechazaban, integrados por amplios sectores de la oposición -donde la derecha ejerce una masiva influencia- derivó en un resultado que pone el proceso de reforma de la Carta Magna en un limbo político que demandará flexibilidad para generar acuerdos. El gesto del presidente de convocar al diálogo a todos los partidos es una novedad que podría anotar el sistema político argentino.
Si bien en el Frente de Todos hubo silencio sobre las elecciones de Chile -a contrapelo de lo que pasó en las de Colombia, con Petro, cuyo resultado fue celebrado como propio- en la oposición hubo festejos. Desde Ruanda, Macri escribió: “Una Constitución es un acuerdo consensuado, no la imposición de unos sobre otros. En Chile prevaleció la sensatez. Queda abierta la oportunidad de dictar leyes inmediatas y pensar en una futura reforma constitucional para consolidar el progreso y la justicia en el país hermano”.
Un atentado que profundizó la grieta
A diferencia de esa plasticidad que mostró Boric -que reconoció la derrota por cadena nacional y mostró apertura con los adversarios- las posiciones en Argentina están cada vez más endurecidas y las rivalidades entre oficialismo y oposición, visibles, expuestas.La mayor alerta ocurrió con la declaración que hizo el jefe real y efectivo de la bancada cristinista en el Senado. El formoseño José Mayans no dudó en exigir que “paren ya” el juicio a Cristina Kirchner por corrupción en Vialidad como una condición para que haya paz social. “Si no existe justicia, es muy difícil que exista paz social (...) Uno no se puede someter a una Justicia que está absolutamente parcializada, que no respeta su debido proceso. Hay que parar ese juicio. ¡Hay que pararlo ya!”.
El encargado de salir a cruzar esa presión escandalosa fue el senador Oscar Parrilli. Un deja vu de esa escucha judicial de 2017, cuando la voz de Cristina Kirchner le decía al mismo interlocutor que corrigiera a la ex diputada Diana Conti: ”Escuchame Oscar, llamala a Diana, pero bien, sin enojarte. Ahí la tonta dijo ‘no, con estos jueces, estos fiscales, Cristina puede terminar presa porque son presionables’. Decile que se cuide de las cosas que dice... Que no sea pelotuda… Que no podemos naturalizar eso”.
El mensaje por Twitter, en 2022, fue después de la boutade de Mayans en un sentido similar: “Para CFK solo justicia. Sin paralizaciones, o injerencias extrañas. Y con jueces imparciales”. Como hace cinco años, Parrilli corrige por orden de CFK los desvíos conceptuales de los que quieren ser más papistas que el Papa. Lo hizo también hace poco con las versiones -echadas a rodar, quizá, con algo de mala intención- de un inminente indulto presidencial.
La que rápidamente recogió el guante sobre los dichos de Mayans fue Elisa Carrió, que consideró que la frase sobre la paz social no era más que una “amenaza mafiosa” sobre la Justicia y los fiscales que intervinieron en la causa que más preocupa a Cristina Kirchner y que, tras el pedido de 12 años de prisión del fiscal Diego Luciani, inició una escalada política, que precedió el repudiable y atroz atentado contra la vida de la vicepresidenta.
“Lo que dijo Mayans es un acto violento, lo de Mayans es una amenaza mafiosa y violenta. Él dice ‘Si quieren paz, que no haya justicia’ (...) Es una amenaza mafiosa. Se equivoca filosóficamente. No vamos a pedirle filosofía a Mayans. Siento que la Argentina es de papel”, aseguró la líder de la Coalición Cívica, que criticó también a Patricia Bullrich, la presidenta del PRO.
Si bien el centro de la escena política está dominado por el choque entre Cristina Kirchner, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, las relaciones internas en la oposición atraviesan un momento de extrema tensión. La sesión del sábado, cuando se condenó el intento de magnicidio, dejó al descubierto las diferencias entre el PRO y los otros socios de JxC.
“Está todo roto. La unidad está atravesando un mal momento”, reconoció en diálogo con Infobae un alto dirigente de la oposición, que reveló operativos de contención para evitar que los enojos y malestares deriven en rupturas. Entre el viernes a la noche y el sábado hubo negociaciones y diálogos entre Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Federico Angelini y Cristian Ritondo para establecer acuerdos con la UCR y la Coalición Cívica ante la presión del Frente de Todos para votar una condena al atentado, incluyendo una acusación a la propia oposición, a los jueces y a los periodistas de propalar discursos de odio. Todo duró poco: el PRO votó y abandonó el recinto. “Ellos no avisaron que se retiraban”, recordó anoche Carrió, que también criticó a Macri por “haberse ido a Ruanda” a cumplir sus obligaciones como presidente de la Fundación FIFA.
Ese paisaje de discusión interna que muestra la oposición ocurre mientras el oficialismo redobla las acusaciones y pone en cabeza de los dirigentes de Juntos por el Cambio la responsabilidad política del ataque de Fernando Sabag Montiel contra la vicepresidenta.
Quizá la que expresó esa posición con más eficacia fue la titular del INADI, Victoria Donda, que manifestó en una columna que publicó en Infobae la siguiente argumentación:
“Por suerte (o por Néstor, como algunos elegimos creer) el tiro no salió. Por eso, tenemos la última oportunidad: la dirigencia política y judicial que hace del odio su política debe reaccionar antes de que sea tarde. El futuro construido a los tiros no es futuro, es pasado. Y consensuamos hace mucho tiempo que NUNCA MÁS volveríamos a eso.
“Tal vez sea hora de que saquen las ideas que están detrás de ese odio, y se atrevan a discutirlas. El límite ya se pasó hace mucho tiempo. La pistola en la cabeza de Cristina es la pistola en la cabeza de nuestra democracia, es la pistola en la cabeza de nuestro pueblo, y las armas de los odiadores las cargan los Macri, las Bullrich, los Milei, las Granata y los López Murphy”.
Después de esa reflexión, el interbloque de Diputados de Juntos por el Cambio manifestó su repudio a “las inadmisibles expresiones de la señora Victoria Donda” y exigieron, claro, su renuncia inmediata.
Ricardo Darín sobre el odio
Para el actor Ricardo Darín la pregunta sobre lo que había pasado con Cristina Kirchner en su país era inevitable. La esperaba en la presentación de “Argentina, 1985″ en el Festival de Venecia, por eso se lo escuchó decir “no”, con fuerza, cuando Santiago Mitre, el director de ese film aclamado en su primera exposición, preguntó si alguno quería decir algo sobre el intento de asesinato de la vicepresidenta.
Mitre y parte del elenco -en el que brillan entre otros Darín, Peter Lanzani y Alejandra Flechner- hablaron sobre la película que recrea los detalles de ese juicio histórico, que terminó con la condena de los jefes de la última y sangrienta dictadura militar. El director del film, cuando le preguntaron sobre el atentado a CFK respondió: “Es un hecho horrible que nunca pensamos que podía suceder. Creíamos que el juicio del 85 había saldado que no es la violencia la forma de resolver conflictos políticos. Creíamos que ese Nunca Más, del fiscal Strassera era para siempre y vemos que todavía la violencia sigue existiendo, la película cobra una vitalidad que nosotros no habíamos pensado”.
Luego, despegado del ataque, pero en una reflexión que sobrevoló la discusión que se agita en Argentina por estos días sobre los discursos de odio, Ricardo Darín hizo una reflexión de poderosa actualidad: “Es importantísimo revisar la violencia propia, la interna. Hay que ver lo que nos pasa adentro. A veces sin darnos cuenta podemos contribuir a esa violencia generalizada. Si uno tiene una sensibilidad humanista, nuestro primer deber es ponernos en el lugar del otro, inclusive cuando recibimos una agresión. La bola de nieve es muy fácil de generar y muy difícil de detener. No olvidemos que el odio probablemente sea el único sentimiento que no prescribe”.
Fuente: Infobae