La pandemia generó un quiebre en las sociedades obligándolas a entrar en un proceso acelerado de cambios, que van desde la priorización en la vida cotidiana, pasando por enfocarse en las necesidades inmediatas del entorno familiar más íntimo. Esto, sin dudas, trae variaciones en las costumbres, y seguramente, algunos principios y valores también sufrirán alteraciones.
Con esto como antesala es claro pensar que la manera de hacer negocios, de relacionarse, la política y, por ende, la comunicación política, también están mutando. En política hay una máxima que dice:
“quien solo se prepara para gobernar, probablemente no gane una elección”. La fórmula ideal es establecer un equilibrio entre el -preparar todo para ganar- y -prepararse para gobernar-.
Para gobernar primero hay que acceder al poder; es decir, en un régimen democrático primero se va a una elección, y hay que ganarla, para llegar a ejercer el poder y gobernar. Lamentablemente, algunos candidatos, sobre todo los que no son políticos de carrera, tienden a equivocarse, pues cruzan el puente antes de llegar al río; es decir, se preparan para gobernar mas no para ganar la elección, paso previo para luego gobernar.
Esta metamorfosis que está experimentado la sociedad se nota claramente en la región con el surgimiento de nuevos movimientos, nuevas expresiones de ciudadanos independientes que cada vez se adentran en la política porque no encuentran alternativas en los partidos tradicionales. En algunos casos, inclusive militantes de esos partidos tradicionales se están saliendo de sus nidos en búsqueda de espacios que garanticen mayor independencia, liberándose de la disciplina partidista, ganando la libertad de actuar sin ataduras.
Lamentablemente proliferan casos de personajes políticos que tratan de darse un baño de “independientes”, disfrazándose para tratar de mantenerse en el poder con el traje de independientes. Contrario sensu, tenemos el caso de Panamá, pues quizás sea de los países donde el porcentaje de personas sin tradición de militancia partidista, sin pasados políticos, están intentando entrar a competir por un puesto de elección popular.
En muchos casos -no solo en el panameño, sino en toda la región- estos ciudadanos tienen fuertes convicciones, han reflexionado mucho sobre lo que sucede en sus países, en sus comunidades, se llenan de ilusión pensando que es el momento correcto para entrar en la política, desplazar a los de siempre y comenzar a hacer las cosas de manera distinta, pues tienen ideas nuevas, algunas muy revolucionarias y creativas; creyendo que eso es suficiente, para que los ciudadanos -tan igual a ellos- los elijan.
Aquí comienza el gran error de estos ciudadanos. La política tiene unas realidades - duras, difícil, y, sobre todo, muy compleja- y tener buenas ideas y ser distinto, no basta. Es más, muchos de estos ciudadanos son personas preparadas o que se prepararon por años para impulsar esos cambios que consideran son lo que requiere su sociedad, pero no se preparan para ganar y resulta que antes de gobernar o legislar, deben ganar una elección.
En la mayoría de los casos son personas que pudieran llegar a ser buenos gobernantes o legisladores, pero al no preparase para afrontar la elección, terminan perdiendo la misma y entran en una etapa de frustración, con el agravante de que quizás se perdió un gran gobernante o legislador.
El primer paso para producir los cambios, es ganar el torneo electoral, pero muchos no se preparan para la campaña electoral, y eso, es casi que una garantía para perder la elección.
Por su parte, en los partidos políticos, buena parte de sus estructuras burocráticas, siguen anclados en el pasado sin entender todos los cambios que se están produciendo en los electores y, ante un mercado electoral por un lado más exigente y por el otro más competido, tendrán que acelerar el paso para reinventarse, reestructurarse, y volver a conectar con los ciudadanos.
Prepararse para ganar una elección, es el primer paso, y eso, toma tiempo, esfuerzo, estudio, dedicación y por supuesto, recursos.
Quienes buscan la vía de los independientes, pueden tener alguna desventaja sobre las estructuras políticas -e inclusive los las reglas electorales- pero tiene la enorme ventaja de que se puede construir todo desde cero, crear movimientos enfocados en las causas ciudadanas, estructuras más dinámicas y que realmente estén al lado de las personas.
Los partidos por su parte, tienen la ventaja de las lecciones aprendidas, de la experticia electoral, aunque también tienen el peso de los pasivos que arrastran por años, pero si reinventan y se reconectan con los ciudadanos, tienen una oportunidad.
Todos, ciudadanos, sociedades, independientes y partidos, tienen el reto de entender las nuevas reglas del juego y ser los más estratégicos para, primero ganar, y luego producir los cambios.